Historias y personajes

Anécdotas de familia


Ana González Montes es hija de Alberto Rex González y nieta de Aníbal Montes. En agosto de 2010 su familia donó un valioso fondo documental de Montes al Museo de Antropología de la FFyH. Ella estuvo presente y recordó algunas historias de su abuelo, un personaje importante en la construcción del pasado indígena de Córdoba.

En agosto de 2010 llegó al Museo de Antropología de la FFyH la donación, de parte de la familia, de la colección Aníbal Montes, compuesta de varias cajas con material sobre arqueología del noroeste de Córdoba, etnohistoria, ingeniería, la Reforma Universitaria de 1918, manuscritos, cuadernos de campo y mapas, entre otras cosas. El objetivo principal de esta entrega está relacionado con la catalogación, conservación y digitalización del fondo documental, para ponerlo a disposición del público.
Aunque Aníbal Montes nunca tuvo una relación directa con la Universidad, su nombre está ligado de alguna manera por sus pioneros aportes a la arqueología de Córdoba y la construcción de un pasado que iba más allá de los jesuitas y el período hispánico. En ese sentido, Montes fue un pionero de los estudios etnohistóricos.
También fue el “Maestro” de su yerno Alberto Rex González, quien después del fallecimiento de Montes en 1959, como director del antiguo Instituto de Antropología de la UNC incorporó la colección Montes, que actualmente se encuentra en el Museo, y otros papeles personales.
La encargada de entregar la última donación en nombre de su familia fue Ana Isabel González Montes, hija de Alberto Rex González y nieta de Aníbal Montes. “Decidimos depositar aquí todo el patrimonio documental de mi abuelo para que pueda estar accesible a las futuras generaciones y puedan seguir trabajando lo que él empezó. Creo que toda la familia Montes está contenta de que esto llegue a la Universidad, pueda ser de uso público y sirva para el conocimiento. Estoy segura de que el material va estar muy bien resguardado, de una manera científica, con la posibilidad de que todo el mundo tenga acceso a él”, señaló.
Ana es antropóloga social (en el exilio estudió la mitad de su carrera en México y la terminó en Misiones) y, aunque nació en Buenos Aires, vivió hasta los 10 años en Córdoba, en la casa de su abuela María Emilia Silva. Ella rememoró para Alfilo algunas anécdotas sobre su abuelo, que se transcriben a continuación.

“Mi abuelo Aníbal Montes era militar retirado e ingeniero civil. Tenía cinco hijos, tres mujeres y dos varones. Los dos varones eran militares (uno de ellos murió muy joven). Mi mamá era la ante última hija. Ella lo acompañaba a las excavaciones y conoció a mi papá, Alberto Rex González. Mi papá había venido a estudiar Medicina a Córdoba, porque su padre, que era ferroviario, quería tener un hijo abogado y un hijo medico. A mi papá le tocó ser médico, pero su vocación desde chico era la arqueología. Mi abuelo, ya retirado del ejército, realizaba una antropología empírica porque no había estudiado en la universidad, pero era muy cuidadosa: con estratigrafía, notas, relevamiento de ciclos. Diferente a la de los huaqueros que lo hacen con un sentido coleccionista y no les importa para nada la historia o poder aprender de lo que encuentran. Él estaba muy preocupado por el pasado de Córdoba y por el pasado pre hispánico de la provincia, hizo un relevamiento de sitios arqueológicos y prehistóricos”.

foto gentileza de La Voz del Interior“Mi abuelo era muy antimilitarista. Era lo que se llama un “militar sanmartiniano”, seguía los ideales de San Martín. Él tenía diferentes facetas: una es lo que hizo con la investigación arqueológica y prehistórica y el relevamientos de sitios. Otra, con el trabajo etnohistórico que hizo en el archivo histórico de Córdoba, en donde su interés era relevar toda la toponimia indígena de la Provincia, que hizo en un mapa toponímico donde están todos los nombres previos a la conquista. Lo mismo hizo con las genealogías de los grupos indígenas, con el apellido y los nombres de las familias, clanes o de las tribus indígenas”.

“Él también participo activamente de la Reforma Universitaria. Era católico, pero no un católico conservador como la elite cordobesa. Participó mucho en los debates en los diarios. Ya era capitán, pero había estudiado ingeniería civil en universidad. Cuando lo mandan a reprimir a los estudiantes de la reforma, él se niega y dice que “el ejército no está para reprimir a los estudiantes ni está para actuar en cuestiones de política interna. Nosotros tenemos que defender la Constitución y la frontera”.  Se pliega a los estudiantes y saca muchas notas a favor de la Reforma, en el sentido de que la Universidad tenía que ser laica y autónoma. Entonces lo acusan de izquierdista y lo castigan. Tenía una carrera muy brillante, una foja muy limpia. Después tuvieron que reconocer lo justo de su posición”.

“Ese era un aspecto de él, que es muy interesante en cuanto a su posición política. Hay un hecho que es muy poco conocido, porque no se ha difundido: en 1933 hay un movimiento de militares democráticos y civiles en contra de la dictadura de Justo. Argumentaban que eso era una usurpación de poder y que había que restituir la Constitución. En Paso de los Libres hubo 53 fusilados y varios presos. Hay un poema de Borges sobre ese hecho. Entonces los obligan a todos los militares a reprimir y él reúne sus soldados y le dice: “soldados, los militares estamos para defender la Patria y la Constitución, no para usurpar poderes que no nos corresponden”. Por eso siempre estuvo en la mira, muchas veces acusado de comunista. Él no lo era ni coincidía en ese momento con la Revolución Rusa, que se perfilaba con el estalinismo. Pero sí tenía un sobrino, Juan Carlos Bedoya, que era hijo de su hermana Lola, que sí era del Partido Comunista. Él era muy amigo de Atahualpa Yupanqui y coincidían mucho en Cerro Colorado a estudiar arqueología y las pictografías. En esa etapa Yupanqui, que era muy joven, era perseguido por ser del Partido Comunista. Mi abuelo tuvo algunos refugiados escondidos durante bastante tiempo en Cueva del Indio, donde se había hecho un rancho, en la Pampa de Olaen”.

“Ahí se hacían maniobra militares y él había estudiado que en esa zona había muchos yacimientos arqueológicos, entonces no quería que se hicieran porque se destruían los yacimientos. Así, realiza un acuerdo con la Fundación San Roque y paga el canon minero para que una zona se dejaran de hacer maniobras. Ahí hace un rancho bastante cómodo, con un puente y un mangrullo, que todavía están. Allí trabaja mucho cuando quería estar tranquilo. Para que nadie lo molestara, para poder escribir, se iba a ese rancho. “El puente Montes” es una estructura que todos los ingenieros civiles del ejército tienen que estudiar. Es un diseño que realizó él, con un armado rápido para ríos torrentosos”.

“Mi papá vino a trabajar y aprender con él en Ongamira. Ahí, en esa visita, la conoce a mi mamá y después se casan. Así que siguieron como colegas con su suegro”.

“Mi padre nos llevaba a los cuatro hijos a las excavaciones. Además, como había muy pocos fondos en esa época, teníamos una Estanciera donde íbamos toda la familia, la zaranda, las palas, el coatí, el perro, el gato. Estábamos en los sitios arqueológicos siempre con ellos, pero hablando mucho con los habitantes. Ahora eso se usa mucho de dar participación a la comunidad local en el trabajo que se está haciendo, que las personas que están alrededor, que son descendientes de esos sitios arqueológicos o no, puedan involucrarse en estas investigaciones. La única manera de que no se sigan destruyendo lo sitios arqueológicos es que las comunidades locales trabajen con los arqueólogos y se produzca una articulación, para que los habitantes valoren y cuiden”.

“Cuando íbamos a hacer excavaciones con mi papá, mi mamá nos llevaba por los ranchos a charlar con la gente. Ahí reconstruíamos con ella, hablando con la personas y escuchando las historias del lugar, sus conocimientos. Ella nos decía “vio esta persona nunca fue a la escuela, pero que sabia como conoce de su historia”. Eso fue lo que a una la llevó a valorar ciertas cuestiones”.

“La persona de la familia que se ocupaba de los escritos y la que conocía en profundidad el pensamiento de Aníbal Montes, además de mi padre, era mi madre Ana Montes. Ella durante muchos años quiso que eso se publicara, que se diera a conocer, porque mi abuelo no tenía una relación con la universidad pero había tenido un contacto con el Instituto de Arqueología. Todo su trabajo fue hecho en Córdoba porque, si bien el había nacido en Salto, vino muy joven, más o menos, por 1912 y se casó con una cordobesa. Cuando mi madre muere quedó todo el material y yo lo junte, le pedí un par de cosas a mi prima Isabel Montes (que es historiadora y vive en Córdoba). Me pareció que era importante que todo este material estuviera acá, en Córdoba y en el Museo, que tiene parte del material que él excavó e investigó, debía tener la otra parte, la escrita. Siempre pensé que el lugar adecuado era en Córdoba y creo que en el Museo se dan las condiciones para ello, porque hay gente joven, que está trabajado metodológicamente para poder digitalizar y poderlo poner al alcance de los investigadores”.

Aníbal Montes nació en la ciudad de Salto, provincia de Buenos Aires, el 17 de octubre de 1886 y falleció en Córdoba el 24 de octubre de 1959. Tempranamente ingresó al Ejército y llegó al grado de teniente coronel. Además, se recibió de ingeniero civil en la Universidad Nacional de Córdoba. Después de su retiro como militar, durante los últimos 20 años de su vida se dedicó a la investigación y divulgación del pasado indígena de Córdoba. Sus mayores descubrimientos fueron los sitios “Ayampitín”, en la Pampa de Olaen, y “El Abrigo de Ongamira”, en las Sierras Chicas.

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Nº 31 / Mayo de 2011

Editorial por Gloria Edelstein y Silvia Avila
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