Historias y personajes

La vida de Elma

El nombre de Elma Kohlmeyer de Estrabou está fuertemente ligado a la Escuela de Filosofía y a la Facultad. Fue docente durante más de treinta años, hasta su fallecimiento en 1997. Además, fue directora en cuatro oportunidades, investigadora y vicedecana. En 1995 le concedieron el título de profesora consulta de la UNC. La Biblioteca Central de la FFyH lleva su nombre desde 1999.

Ernesto Kohlmeyer era un ingeniero alemán de la Marina nacido a fines del siglo XIX, que en la década del ’20 se casó con Margarita Napal. Si bien vivía en Buenos Aires, por su profesión tuvo varios destinos. En algún momento le tocó ir a la base Belgrano, que se encuentra en la localidad de Punta Alta, en las cercanías de Bahía Blanca. En ese lugar, el 23 de diciembre de 1928, nació Elma Cecilia.

Al poco tiempo, Ernesto y su familia se fueron a vivir a Inglaterra. Su mujer era asmática y el clima de ese país no era el más propicio, por lo que al poco tiempo decidieron que lo mejor era volver, y más precisamente a las sierras de Córdoba. Se instalaron en Villa Allende, una pequeño poblado que recién empezaba a florecer.

Elma creció en esa localidad serrana y, aunque egresó como bachiller en el Liceo Nacional de Señoritas -que se encontraba en la calle Deán Funes de la ciudad de Córdoba- fue en Villa Allende donde conoció a su futuro marido, Esteban Pedro Alberto Estrabou, con quien se casó el 28 de junio de 1952. En esa ciudad también nacieron sus hijos: Pablo, Esteban y Cecilia.
Elma, al finalizar el secundario, quería seguir una carrera universitaria. Si bien sentía una especial atracción por la medicina, su padre le dijo que era “una profesión muy importante para una mujer”. Entonces, decidió estudiar Filosofía, carrera que también le gustaba. Lo hizo en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC y se recibió en 1957.

Desde entonces, su vida quedó estrechamente ligada a la Escuela de Filosofía y a la Facultad. Su intensa actividad en esta unidad académica se vio reflejada tanto en las áreas de la docencia y la investigación, como en la gestión administrativa.

Cecilia Estrabou, su hija menor, recuerda que en su casa estaba siempre trabajando o leyendo y señala: “Creo que su vida estaba en Filosofía más que en ningún otro lado. Era una persona totalmente dedicada a la Universidad, que le absorbía la mayor parte de su tiempo y su pensamiento. No es que no disfrutara de su familia y de sus hijos, pero su máxima atención estaba en los temas relacionados con la Facultad”.

La biblioteca
Elma era una mujer alta, delgada y elegante, apasionada por el cine de Bergman. Comenzó como ayudante en la cátedra de Historia de la Filosofía Moderna, en 1957. Luego, siguió en la de Metafísica y Gnoseología hasta 1959. En ese año, fue nombrada como directora de la Biblioteca y estuvo en ese cargo hasta 1962.

Al cumplirse los cincuenta años de la fundación de la FFyH, se le colocó su nombre a la Biblioteca Central de la Facultad, por su “trabajo, dedicación y empeño”. Alicia Centeno, directora de la Biblioteca, rememora ese momento y dice: “Nos pareció bien desde un principio ponerle su nombre en homenaje, porque fue una de las primeras directoras. Era una persona muy amplia y querida. Es un orgullo, porque representa su trayectoria y personalidad”.

Además, los casi 600 libros que poseía Estrabou fueron donados por su hija a la Biblioteca y hoy se encuentran a disposición de los alumnos, docentes e investigadores.

“Ella le daba mucha importancia a su biblioteca y siempre estaba buscando libros; recuerdo que era enorme –dice Cecilia- aunque tuvo varias épocas en que fue diezmada, sobre todo cuando gobernaban los militares; así que llorábamos la disminución de libros porque había cosas únicas y difíciles de conseguir”.

En este sentido, Cristina Donda, directora de la Escuela de Filosofía, señala que cuando algunos de sus alumnos o los investigadores tenían que consultar bibliografía, “la fuente era Elma”. “Era impresionante el conocimiento bibliográfico que tenía, porque no sólo informaba sobre textos, sino que además hacía una especie de reseña de cada uno e indicaba cómo conseguirlo”, subraya.

Trayectoria
Desde 1961, y hasta su retiro, Elma fue la profesora adjunta de la cátedra de Introducción a la Filosofía, que a partir de 1986 se llamó Introducción a la Problemática Filosófica. También fue coordinadora de diversos seminarios como “El pensamiento de Michel Foucault” y “La crisis del sujeto”. En 1992, fue coordinadora y profesora de la cátedra Seminario Metodológico.

En investigación, comenzó su carrera en 1961 como técnica en el Instituto de Filosofía de la UNC; luego fue miembro del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades (CIFFYH) y presidente de la Asociación de Docentes e Investigadores.
En el área de gestión, además de la dirección de la Biblioteca, se desempeñó como directora suplente del Departamento de Filosofía, miembro del Consejo Académico normalizador, vicedecana de la Facultad en el período 1988 –1990, cuando María Saleme de Burnichon fue decana, y directora de la Escuela de Filosofía de 1986 a 1994.

Sin embargo, Estrabou fue cesanteada el 14 de mayo de 1975 junto a Saleme de Burnichon y Noé Jitrik, entre otros reconocidos docentes. Recién el 29 de abril de 1985 fue reintegrada definitivamente, después de superar numerosas dificultades administrativas en relación a su cargo docente

Durante la dictadura que gobernó el país entre 1976 y 1983, Estrabou vivió el conocido “exilio interno” y, si bien su familia tuvo que soportar el miedo y hasta una irrupción de los militares en su casa, en ese momento personas como Gloria Edelstein le dieron su apoyo para transitar ese difícil momento. “Su problema era que tenía mucha amplitud de pensamiento, era muy crítica, tenía una visión humanística de la sociedad y eso parece que les molestaba”, dice su hija.

Asimismo, Donda, que fue secretaria Técnica de la Escuela durante los cuatro períodos en que Estrabou fue directora, destaca que ella fue quien “posibilitó el paso de una Escuela de Filosofía de la época de la dictadura a la actual”.

Cuando Estrabou se reincorpora en 1985 se pone a trabajar en una comisión de revisión del plan de estudios que tenía como finalidad reemplazar el existente desde 1978. “El nuevo plan de 1986, que es el que está vigente, significó un cambio cualitativo y, a pesar de tener 20 años, no le hemos encontrado fallas que justifiquen la creación de uno nuevo”, señala Donda.
La actual directora de la Escuela afirma que este plan también significó “una nueva manera de concebir la actividad filosófica, después de tantos años de postración, rechazo y prohibición de temas, problemas y pensadores”.

A pesar de que había muchos docentes que estaban en su cargo desde la época de la dictadura y que manifestaban una fuerte oposición a las ideas de Estrabou, finalmente se pudo aprobar el nuevo plan de estudios. “Para muchos de nosotros -reflexiona Donda- que en ese momento éramos jefes de trabajos prácticos y para los estudiantes que se integraban a la Escuela, Elma era una autoridad moral, una maestra y una amiga”, dice.

Donda advierte que Estrabou “insistía permanentemente en la importancia del intercambio de ideas y quería permitir que determinadas materias estuvieran a cargo de profesores invitados, para que introdujeran en la currícula problemas y autores que habían sido desplazados por prohibición”. De esta manera, Estrabou introduce el pensamiento de Michel Foucault, que hasta ese momento era absolutamente desconocido. Donda fue una de las primeras en plegarse a estas nuevas ideas y, en el año 1991, cuando se dicta el primer seminario sobre el pensador francés, se convierte en su ayudante. En ese seminario participaron más de 25 estudiantes de Filosofía, Letras, Historia y Ciencias de la Educación.
Además, Donda también se sumó, a partir de 1994, a los equipos de investigación que Estrabou dirigía en el Ciffyh.

Entre distraída y displicente
Elma también era una persona muy recta y honesta que se apoyaba particularmente en los alumnos. “Tenía una afinidad especial con los estudiantes y se identificaba mucho con ellos, independientemente de sus ideas. Siempre promovió la crítica, no le gustaba la condescendencia”, asegura Donda.

Igualmente, era reconocida por su espontaneidad y por su estilo “entre distraído y displicente que confundía a sus adversarios”.
Una de las características que supo transmitir a su hija -docente de la cátedra Introducción a la Biología en la Facultad de Ciencias Exactas- fue el amor por los animales. Elma sufría mucho por los perros callejeros que vagaban por la Ciudad Universitaria. Una vez, junto a Donda, se lanzó con su auto por el vado que separa el Pabellón Residencial del España para ver de cerca a un doberman que estaba suelto, mientras a lo lejos uno de los guardias le hacia señas con sus brazos. Cuando dio la vuelta, yendo hacia donde estaba el guardia, bajó el vidrio y le dijo: “No se haga ningún problema por el auto, esos zanjones no le hacen nada. Este auto está muy acostumbrado”. Y el hombre se quedó mirándola, pálido, sin poder responderle.

Una década de logros
En 1993 se jubiló con el cargo de profesora adjunta y directora de la Escuela de Filosofía. El 16 de mayo de 1995, el Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba le concedió el título de profesora consulta, por poseer “una dilatada e importante carrera docente y de investigación, imprimiendo a su labor, intensa y silenciosa, un marcado sesgo constructivo, en momentos difíciles para estas instituciones; cabiéndole el honor de haber devuelto a una década de persecuciones una década de logros generosos”.

Después de su jubilación siguió dirigiendo tesis, trabajos e investigaciones. Sin embargo, su hija señala que en ese momento tuvo un ataque asmático y “comenzó un rápido proceso de decadencia”. Lo llamativo es que nunca antes había sufrido asma. Para Cecilia, la aparición repentina de esta enfermedad estaba relacionada, en cierto modo, con el alejamiento de la Universidad.
Elma, quizás por estar más cerca de sus hijos varones y tal vez porque quería volver al mar, se mudó a Viedma, provincia de Río Negro, donde falleció el 7 de julio de 1997.

Uno de sus nietos, hijo de Cecilia, era muy pequeño cuando murió su abuela; sin embargo, Julián hoy es estudiante de la carrera de Filosofía en la Facultad.

 

Celebrar el encuentro*

Ocurre a menudo, a la hora del homenaje, que las palabras falten, y esto sucede, no por esterilidad, ni tampoco porque haya poco para decir, es sino que todo se vuelve imágenes y recuerdos incomunicables, y la vitalidad de la experiencia del encuentro sólo le ha sido donado a los poetas poder expresarla. Ahora, sin ser poeta, quiero convocar a los recuerdos para poder transmitir esa vitalidad de la experiencia del encuentro, la cual está a la base de la filosofía, y esto es una enseñanza de Elma K. de Estrabou que guardo como un legado.

Hoy ustedes se han hecho aquí presentes para escuchar a alguien hablar sobre alguien y esa es también una forma del encuentro que propicia el diálogo. A ese alguien de quien debería hablar lo avergonzaría mucho el homenaje, pero nunca celebrar el encuentro que fue con un nuevo encuentro. Esto es así porque la persona “en cuestión” es Elma y quienes la conocimos supimos de su generosidad con el tiempo y disfrutamos también de su predisposición para el cultivo tanto de la palabra como del cuidadoso silencio para el diálogo. En las conversaciones con Elma o en sus clases nos admiraba su destreza en el uso de “construcciones subordinadas”, laberínticos pasajes de un tema al otro, que sin peligro de naufragio en la inmensidad del sentido llevaban siempre con éxito a la conclusión deseada.

A muchos de los que la conocimos algunas veces nos causó curiosidad el empecinado “agrafismo”de Elma, esa indiferencia por la producción intelectual escrita que profesaba en tiempos en los que publicar se ha vuelto un imperativo. En su caso, aventuro, tal actitud no era sino fruto de un profundo respeto y ahora me animaría a arriesgar que en buena medida era la afirmación de la oralidad como instancia del encuentro. Eso hizo de Elma una gran docente, por eso, además, creo que son las aulas el único lugar propicio para el homenaje.

Pienso también que no es una circunstancia ajena al homenaje el hecho de iniciarse hoy un seminario sobre argumentación. En un simposio sobre este mismo tema en el año 1963, el filósofo francés, Jean Wahl, decía que el primer gran argumentador en la historia de la filosofía había sido Parménides, antes de él sólo es posible reconocer alguna que otra argumentación implícita en la afirmación de tesis o de opiniones filosóficas. Y no es un dato nimio el que Parménides haya desarrollado sus ideas en forma de poema, ni tampoco el que ese poema narre un encuentro, el del filósofo con la diosa. De este modo, y sin olvidar por supuesto la contribución de Hesíodo, se establece la alianza entre la palabra poética y la palabra filosófica, la primera, en su unívoca manera de nombrar el mundo prescinde de los argumentos, pero es el logos, la palabra filosófica, la que reivindica para sí la finalidad de descubrir para otro, “resplandecer” según la metálica etimología de la palabra “argumento”. De esta alianza entre literatura y filosofía, Elma también supo enseñarnos. “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”, con esta frase robada a Proust comenzó el seminario sobre Foucault del año 91, ya olvidé a que venía esa mención, sólo recuerdo que desde ese día supe que debía leer En busca del tiempo perdido.

La afición exquisita y refinada de Elma por la literatura y su “adicción” por la filosofía, en la cual demostró siempre una vitalidad envidiable, se valora en su legítima dimensión cuando se está frente a su biblioteca de libros tan variados y tan leídos[1]. Pero más allá de esto, o justamente por eso, en Elma la alianza entre la literatura y la filosofía es más profunda todavía y no responde a un requisito profesional, está por el contrario hecha carne, arraigada en su vida. Una vida que comienza en Punta Alta cerca del mar y que como todo relato bien compuesto acaba también cerca del mar, ese mar pleno de símbolos y de cercanía a los afectos. Una vida de compromisos no sólo con las ideas, sino también con las personas y las instituciones la obligó, como a tantos, a “exilios” y retiradas. Una vez acabado el “mal sueño” celebraron nuevamente el encuentro y sin demoras se dedicaron a recuperar ese lugar propio del que habían sido expulsados.
De la actividad académica que desarrolló en todos estos años no es necesario hablar, eso queda más bien para el homenaje que brinde la institución, yo prefiero recordar su “trabajo” como docente, los seminarios sobre Husserl, casi una saga por su duración y continuidad, los que dictó sobre Foucault, o sobre el sujeto, el que planeaba ahora sobre comunitarismo; cada uno de ellos era el fruto de un estudio riguroso, quizás de años en silencio que sólo se adivinaban después en esos innumerables papeles numerados anotados con esa letra suya tan particular que parecía querer escapar de los márgenes de la hoja. En esos seminarios se reconocían también la vitalidad de la experiencia del encuentro y la celebración del diálogo.

Entre las cosas en que he recordado desde la muerte de Elma, buscando razones tal vez, están las páginas de Foucault sobre Bichat, el anatomofisiólogo francés del siglo XIX, que habiendo postulado una idea vitalista de la muerte, sostenía que la muerte no es el ocaso de la vida, ni el momento de la impotencia radical, sino que el morir es una sucesión de muertes parciales que se dan en la vida misma. La muerte no se opone así a la vida sino que, por el contrario, entabla un juego esencial con ella en el que la muerte, más que paralizar, provoca, genera reacciones, insta a la vida, a su realización plena. Deleuze a su vez, dijo de Foucault que la potencia vital que lo caracterizaba sólo se explicaba con una concepción de la muerte en estos términos, coherencia trágica que le permitió vivir como pensaba y morir de igual manera. Y esto es un consuelo. Pienso que Elma también decidió sobre su muerte, aunque no fue en el momento apropiado, ¡protesto!. Sé que hubo un mínimo y eterno acto de libertad en esa muerte tan lejana, que nos dejó con la sensación de lo etéreo, ausente presencia que acompaña.

El bástón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.

J. L. Borges, “Las cosas”

Por Ariela Battán*,
docente de la Escuela de Filosofía.

Palabras pronunciadas por la autora el 6 de octubre de 1997, con motivo de realizarse un Seminario sobre Argumentación con el cual las autoridades de la Escuela de Filosofía propusieron hacer un homenaje a Elma Kohlmeyer de Estrabou, quien había fallecido ese mismo año.

1- Hoy, a nueve años de la muerte de Elma gran parte de su biblioteca ha sido donada a la biblioteca de la Facultad que lleva su nombre, esa experiencia de ver sus libros a los que me referí en el homenaje que nos estaba reservada a pocos es accesible para los estudiantes, egresados y docentes a los que invito a visitarla.