Agosto - Septiembre 2007 | Año 3. Nº 19
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA, Argentina
 


Historias y personajes

Pabellones

Algunos edificios que ocupa actualmente la Facultad de Filosofía y Humanidades son los más antiguos de la Ciudad Universitaria. El Gris, el Brujas y la Cabaña pertenecieron a la Escuela de Agricultura de la Nación, creada en 1899. Otras construcciones fueron pensadas originalmente como residencias para estudiantes extranjeros y luego adaptadas para uso académico. En 1957, la FFyH fue una de las primeras en trasladarse desde los edificios del centro a este nuevo predio. Carlos Maldonado y Betty Gómez, empleados no docentes, recuerdan el momento en que la Facultad arribó a la Ciudad Universitaria.


El pabellón Francia, décadas atras. (Foto: gentileza Oscar Moreschi)

El terreno en el que actualmente está emplazada la Ciudad Universitaria perteneció originalmente a la Escuela Práctica de Agricultura y Ganadería de la Nación, una institución modelo creada en 1899, durante la presidencia de Julio A. Roca, y que recién en 1949 fue trasladada definitivamente a la ciudad de Bell Ville. En 1902 comenzaron las clases de agricultura en este predio, donde se habían erigido algunas construcciones. Tal como señala Carlos Luque Colombres, en La ciudad nueva, “el edificio principal, situado en lugar prominente, donde más tarde se levantaría lo que hoy es el Decanato de la Facultad de Filosofía y Humanidades, estaba rodeado de una gran terraza para la circulación de carruajes y tenía capacidad para sesenta alumnos internos”. La zona, comenta Carlos Page –autor de la publicación La Ciudad Universitaria de Córdoba (2001)- tenía un importante parque, proyectado por el paisajista Caravaniez, quien también se desempeñaba como docente de la escuela.
Los registros de la época dan cuenta de que el actual pabellón Brujas fue acondicionado como vivienda del director de la institución. “El director moraba en la casa que todavía se conserva en las inmediaciones del Pabellón España. Y en el resto de ese predio de casi ciento ochenta hectáreas se hallaban instalados el galpón de máquinas, los talleres de herrería y carpintería, el gallinero modelo, el colmenar, la sección ganadería, etc.”, afirma Luque Colombres.

La Escuela de Agricultura
“Todos estos edificios de la Escuela tienen un estilo colonial inglés, típico de las zonas rurales”, comenta Oscar Gubiani, profesor titular de Técnicas y materiales de grabado de la Escuela de Artes.
La Cabaña, el Brujas, el Gris, el Granero -que fue demolido- y el edificio que actualmente ocupa el Centro de Investigaciones Acústicas y Luminotécnicas (Cial), de la Facultad de Arquitectura, son las construcciones más antiguas que se conservan en la Ciudad Universitaria. También de esa época subsiste la laguna de los patos, que fue remodelada en diferentes oportunidades hasta adquirir su fisonomía actual.
Detrás del México, se encontraba un pabellón que originalmente se llamaba “Granero” que, hasta los años 70, fue utilizado principalmente por las cátedras de Teatro para ensayar sus obras. Según Gubiani, al lado, estaba “la posta”, una construcción con forma de “rancho a dos aguas” que en la época de la Escuela de Agricultura se utilizaba como vivienda para los peones. Estas dos edificaciones fueron demolidas. El Granero era un edificio de aproximadamente ocho metros de alzada, similar al actual Pabellón Gris. “Era simple, con pocas ventanas, muy alto y tenía un corredor con barandas. Posiblemente haya funcionado como depósito de semillas”, comenta el docente. Al igual que el Pabellón Brujas y la Cabaña, Gubiani destaca que este edificio “era de ladrillo a la vista de estilo inglés, con los remates de las esquinas revocados hacia afuera”. La Cabaña, que algunos de manera equivocada denominan “Granero” y donde actualmente funciona el taller de Escultura, se utilizaba en los tiempos de la Escuela de Agricultura para la crianza de animales de raza y la enseñanza de actividades vinculadas con la ganadería.
“Desde que se creó la Escuela, uno de los paseos tradicionales de los pobladores de Córdoba, a principios del siglo veinte, era venir a estos predios a recoger flores en verano”, resalta Gubiani.

La ciudad de los estudiantes
El tema de la construcción de la Ciudad Universitaria fue gravitante en la historia institucional de esta casa de estudios. Con varios proyectos frustrados  -y en medio de fuertes disputas que involucraban a autoridades universitarias, provinciales y del ámbito nacional- la donación de las tierras a la Universidad Nacional de Córdoba se iba a demorar varios años. “Mientras la Universidad iniciaba los primeros trámites para la obtención de los terrenos señalados y se realizaban los primeros intentos de planificación, a comienzos de 1949 se produjo un hecho inesperado: sorpresivamente el  gobierno de la Provincia donó a la ex-Fundación las dos terceras partes de las áreas de la ex Escuela de Agricultura”, indica la publicación La ciudad universitaria editada por la UNC durante el rectorado de Jorge Orgaz (1960).
De acuerdo con el texto de Carlos Page, en 1949 el gobierno provincial había iniciado conversaciones con la Fundación Eva Perón (antes Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón), scon el fin de darle un destino a las tierras que había desocupado la Escuela de Agricultura, tras ser trasladada a Bell Ville. El texto indica que, en el acto de escrituración, llevado a cabo el 21 de julio de 1952, la provincia cedió a la Fundación dos parcelas de terreno: “Una estaba compuesta de 12 hectáreas, en la que la Fundación debía construir en el término de cinco años el Hogar de Ancianos (hoy Casa de Gobierno) y el Hogar Escuela de Niños (hoy Hogar Escuela Pablo Pizzurno) y en la otra, de 70 hectáreas, debía levantarse la ‘Ciudad Universitaria Estudiantil’ en un plazo de tres años”.

Pabellones multiculturales
La fuerte resistencia que se opuso a este proyecto, especialmente desde el rectorado universitario, no logró impedir que la obra continuara su curso. La versión peronista de la Ciudad Universitaria estaría dotada de pabellones que albergarían a estudiantes argentinos y extranjeros pero no contemplaba la edificación de espacios para uso académico. “Se destinaron a la construcción de edificios para alojamiento, comedores y diversiones de los estudiantes universitarios, sin previsión de emplazar en la misma zona los centros de estudio y sin mirar a la creación de un conjunto orgánico en el cual las necesidades de la enseñanza universitaria pudieran integrarse con las asistenciales estudiantiles”, reflexionaba años más tarde Jorge Orgaz.
A pesar de las voces críticas y de las tensiones con las autoridades universitarias, la Fundación continuó con su plan y solicitó ayuda al Ministerio de Obras Públicas de la Nación, que encargó el diseño del proyecto al arquitecto porteño Jorge Sabaté. “El plan general de la Ciudad Universitaria comprendía la construcción de una serie de pabellones, que se sumaban a los viejos, aunque reparados, edificios de la antigua Escuela de Agricultura. Se los denominó con el nombre de países como España, México, Francia, Chile, Perú y el Presidencial”, relata Page. En las páginas del diario la Voz del Interior de la época se informa sobre la construcción de “pabellones exclusivos, con arquitectura y moblajes típicos de los países que representen a los becados que llegarán al nuestro como intercambio cultural de la Argentina con las demás naciones de la orbe”.
Además de los pabellones construidos, se proyectaron  los edificios de Italia, Alemania, Holanda, Escandinavia, Estados Unidos, Brasil e Inglaterra que nunca llegaron a concretarse. Escribe Page: “El más grande de los quince pabellones (Argentina) iba a albergar a cuatrocientos estudiantes argentinos, en cuartos dobles y con baño privado, quienes contarían con biblioteca, gimnasio, cine, teatro, dos piletas de natación, salas de conferencia, lectura y entretenimiento, entre otras comodidades”.

Nuevo perfil para la ciudad universitaria
Como un intento de acercar posiciones, a fines de 1954, el Ministerio de Educación de la Nación decidió conformar una comisión especial, integrada por representantes del gobierno provincial y de la universidad, para acordar el emplazamiento de los edificios en la Ciudad Universitaria. Hasta ese momento, las tensiones se habían incrementado a tal extremo que la Universidad se encontraba gestionando la adquisición de nuevos terrenos en otras zonas de la ciudad para construir los edificios de las facultades.
Las conclusiones de esa reunión, redactadas en un documento que se emitió en enero de 1955, recomendaban “complementar (en la Ciudad Universitaria) los edificios que se estaban construyendo con los de enseñanza” y, para ello, gestionar la donación de los terrenos restantes de la Ex Escuela de Agricultura. Además, se aconsejaba “evitar la constitución de dos centros universitarios” por las dificultades urbanísticas que eso iba a implicar para la ciudad de Córdoba.
Producida la Revolución Libertadora en 1955, y bajo los lineamientos del gobierno de facto, se desarticula el proyecto de la “Ciudad Universitaria Estudiantil”, ideado por los peronistas. El rector interventor Jorge Nuñez, en una carta dirigida al “presidente provisional de la Nación” Pedro Aramburu, solicita la transferencia a la UNC de los terrenos y obras ya construidas.
Finalmente, el 3 de septiembre de 1957, la Universidad recibe los ocho pabellones edificados: Perú, Chile España, México, Francia, Profesores, Administración y Esparcimiento. En el acto de entrega de estos edificios, el rector Nuñez dijo: “Debemos acercarnos al concepto de las universidades norteamericanas y europeas. Así podrá llegarse a obtener una educación integral que permita el desarrollo de las aptitudes intelectuales, morales y psicológicas del individuo, lo que sólo puede lograrse íntegramente –según la palabra autorizada de Houssay- en las ciudades universitarias, ampliamente experimentadas en las ciudades más avanzadas”.
Sin embargo, hubo que esperar hasta 1960, para que finalmente el gobierno provincial, a cargo de Arturo Zanichelli, aprobara la donación de los terrenos fiscales provinciales a la Universidad. Asimismo, se traspasaron los viejos edificios que integraban la ex Escuela de Agricultura y 82 hectáreas de terreno.

El traslado
La situación edilicia de las facultades, en ese momento, era preocupante. “Muchas dependencias se encontraban funcionando en locales ruinosos o inadecuados, algunos de ellos alquilados e inclusive bajo amenaza de desalojo”, señala el boletín informativo La ciudad universitaria (1960). “Las condiciones inadecuadas, a veces insalubres, de los edificios; agregadas a la falta elemental de equipamiento, sin aulas, sin talleres y laboratorios, hacían de nuestra educación un simulacro, disfrazado por una organización de exámenes continuados que encubrían la ausencia de actividad docente”, indica con tono de reproche esta publicación.
La tarea del nuevo gobierno universitario, a cargo de Orgaz, fue destinar rápidamente los pabellones construidos para albergue a actividades de enseñanza e investigación. “La habilitación de la Ciudad Universitaria se inició así con  aquellos organismos que se encontraban en peores condiciones y cuyas actividades podían desarrollarse en los nuevos edificios sin necesidad de realizar transformaciones fundamentales”, manifiesta uno de los textos de La ciudad universitaria.
Junto con Medicina, la Facultad de Filosofía y Humanidades fue una de las primeras en trasladarse a los nuevos edificios. De acuerdo con la planificación establecida, a esta unidad académica se le asignó el “ex Pabellón Presidencial” (para que funcionaran el consejo directivo, el decanato, la secretaría, la administración, la biblioteca y algunos institutos) y los pabellones España y Francia (para aulas generales e institutos). En el Pabellón México se instaló la Escuela de Artes, en tanto que en el “ex Comedor de Empleados y Obreros” se proyectó un lugar para el Instituto de Arqueología, Lingüística y Folcklore de esta Facultad. “Esta solución –se afirma en el Boletín de 1960- permitirá trasladar el Instituto de los ruinosos locales de la calle Trejo (...) y se prevé integrar esta construcción con la de un museo, a realizarse sucesivamente”.

La infancia en la Ciudad Universitaria

Betty Gómez y Carlos Maldonado trabajan desde la década del 70 como empleados no docentes de la FFyH,. Betty actualmente es jefa del área operativa y Carlos es director del área administrativa del Consejo Directivo. Sus padres, don Cruz Gómez y Juan Carlos Maldonado, fueron “mayordomos” –cargo que más adelante pasó a denominarse “intendente”- de esta institución desde que estaba ubicada en los locales del centro. Betty recuerda algunos momentos de su infancia en el edificio de calle General Paz 120 y Carlitos en la biblioteca que funcionaba en el tercer piso del edificio Stabio. Allí vivían junto a sus familias.
“Nos trasladaron a la Ciudad Universitaria a fines de 1957. Faltaban algunas terminaciones pero los pabellones estaban listos para ser usados”, comenta Betty.  Como era un predio nuevo, -agrega Carlos- necesitaban gente que cuidara los pabellones. Era la época de la mudanza”.
 Ya instalados en estos terrenos, los Gómez fueron a vivir a la planta baja del Pabellón España, donde actualmente funciona la Escuela de Historia, mientras que los Maldonado se mudaron al Pabellón Francia. “Era una zona despoblada, había muchos árboles. Los pabellones estaban bastante separados. No había iluminación, las calles eran de tierra y, en invierno, las clases terminaban temprano”, dice Betty. Carlos explica que  “era una gran zona verde” que se integraba con el Parque Sarmiento.
Ambos se acuerdan de un inmenso tanque de agua que estaba al lado del Pabellón Gris y que durante la intervención militar del 76 se mandó a demoler. “También recuerdo que del otro lado de la calle Valparaíso estaban las quintas, donde ahora está el campo de deportes de la universidad”, dice Betty. Para Carlos, ése espacio era un lugar increíble: “Había árboles frutales, criadero de chanchos, tambo. En esa época ahí guardaban los carros que, tirados a mula, recogían la basura de los pabellones”.
Posteriormente, las familias de Carlos y Betty fueron a vivir a la Casa Verde. “Atrás había un gran depósito de materiales, como un galpón en el que ponían todas las cosas que sacaban cuando los pabellones se fueron transformando para dar clases”. En el relato se van sucediendo imágenes de la infancia “jugando en un aljibe” o con “las cortinas de terciopelo dorado” del Pabellón Residencial. Para poder ir a la escuela, tomaban los colectivos de la universidad que, en aquella época, transportaban a los estudiantes y empleados, y hacían un recorrido que iba por Hipólito Irigoyen, la plaza Vélez Sársfield y la plaza Colón.
Para Carlos “lo más lindo era la entrada a la Ciudad Universitaria”. En cercanías de la actual Casa de Gobierno, había una entrada con unas enormes puertas enrejadas y unas fuentes de agua que terminaban en una avenida con nogales y eucaliptos.
Carlos vivió en la Ciudad Universitaria hasta los doce años y Betty se mudó a los diecisiete.

Bibliografía consultada:

    - PAGE, Calos.“La Ciudad Universitaria de Córdoba. Antecedentes de su emplazamiento y proyecto del Arquitecto Jorge Sabaté (1949)”. Publicación del Undécimo Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina realizado en Córdoba. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires, 2001.

    - LUQUE COLOMBRES, Carlos A. “La ciudad nueva o el primer medio siglo de Nueva Córdoba (1886-1936) Notas para su historia”. Municipalidad de Córdoba, 1987.

    - “La voz del interior, testigo y protagonista siglo”, 90 aniversario, 1904-1994.

    - “La ciudad universitaria”, boletín informativo de la Universidad Nacional de Córdoba realizada durante la gestión de Jorge Orgaz como rector (1960).

    - “Ciudad universitaria”, publicado por la Imprenta de la Universidad, Córdoba, 1957.