Editorial

 

Confiar en la política

 

La postergación de la Asamblea Universitaria que iba a realizarse el 17 de diciembre último y que iba a tratar el régimen de estabilidad docente es otro indicador de una cultura que abjura de la política como la instancia deliberativa más propia y legítima para que la Universidad se piense y se transforme a sí misma.

 

 

El pasado 6 de diciembre el Honorable Consejo Superior de la U.N.C. resolvió solicitarle al Rector la prórroga del llamado a Asamblea Universitaria originalmente convocada para el día 17 del mismo mes y con el objeto de tratar la modificación de los artículos 69 y 70 de los estatutos de la U.N.C. Dichos artículos se refieren al régimen de estabilidad de los Profesores Regulares y el cese de funciones para los mismos a los 65 años, respectivamente. Su modificación se pretendía como requisito de la implementación de un régimen de carrera docente que diera una mayor estabilidad en los cargos.

 

Oportunamente, el Consejo Superior, y dada la acumulación de asuntos que para su tratamiento requerían una modificación de los estatutos y consiguientemente la convocatoria a Asamblea Universitaria, decidió conformar una comisión que estudiara algunos de éstos y que elaborara una propuesta respecto de qué temas tratar y de qué manera para la convocatoria de la Asamblea. Esta comisión finalmente se expidió en septiembre de este año recomendando dividir los temas, de forma que el mecanismo de elección de autoridades (Rector, Vicerrector, Decanos y Vicedecanos, Consiliarios y Consejeros) y la sincronización de sus mandatos quedara para una segunda asamblea a realizarse el año próximo, y el tema de la modificación de los artículos 69 y 70 se tratara en una Asamblea, en principio,  convocada para el 17 de diciembre.

 

La misma comisión sugería en relación con el primero de estos puntos la realización de una jornada electoral en la que participarían sólo los miembros de los Consejos Directivos para la elección de Rector (es decir, con voto secreto pero sólo de los consejeros). Con relación al segundo punto, sugería que luego del vencimiento de la primera designación por concurso en un cargo de profesor regular, se designara un tribunal para evaluar los méritos y el desempeño del docente en cuestión a los fines de decir si correspondía la renovación de su designación en esa condición. Esta nueva modalidad quedaría supeditada para su  instrumentación a los regímenes de control de gestión académica que los  Consejos Directivos de cada Facultad reglamentaran. Este último punto sería requisito ineludible para que el régimen propuesto comenzara a tener vigencia en cada unidad académica.

 

Los análisis que se fueron sucediendo a raíz de esta propuesta pusieron de manifiesto diferentes posiciones, algunas de las cuales, y por distintas razones, la criticaban fuertemente. Si bien, por una parte, hubo posicionamientos que respondían claramente a motivaciones sectoriales, la ocasión fue propicia para que salieran a la luz debates postergados que hacen a la concepción de la Universidad: estructura de cátedra, excelencia académica, condiciones presupuestarias, conformación del claustro docente, formación de recursos humanos, entre otros. Al mismo tiempo, el horizonte de una Asamblea Universitaria también reavivó proyectos postergados que requerían la modificación de los Estatutos, tales como el  proyecto de creación de la Facultad de Artes.

 

La postergación de la Asamblea Universitaria, que muchos interpretan como su directa anulación, es otro indicador de una cultura que abjura de la política como la instancia deliberativa más propia y legítima para que la Universidad se piense y se transforme a sí misma. Si bien política y gestión son dos conceptos y dos prácticas que se conciernen mutuamente, no son sin embargo términos sinónimos. Gestión es la condición necesaria para que una rutina institucional alcance sus propósitos de la mejor manera (la publicidad, la eficiencia, la equidad, la decencia, son algunas de sus virtudes). La política es más rara; no tiene la forma de una rutina sino que irrumpe en ella para reconfigurarla y producir escenarios nuevos que no surgen de suyo a partir del estado de cosas dado, sino que requieren más bien una decisión acompañada por el pensamiento colectivo que llamamos deliberación. Por esencia refractaria a la unanimidad, la política es el ámbito de elaboración pacífica de la irreductible pluralidad humana, de las ideas y de los intereses. La violencia no es connatural a su ejercicio sino a su supresión: mientras más política menos violencia, y al revés.

 

Tratar políticamente asuntos que debieran seguir un curso administrativo normal puede resultar tan perjudicial como la aspiración de reducir a mecanismos de gestión lo que por naturaleza reclama una instancia política. Dejar sin efecto la Convocatoria a Asamblea,  si bien con el argumento de que no se ha avanzado en un proyecto de control de gestión, puede estar ocultando el temor de que no se llega a ella con una decisión ya previamente tomada respecto de los temas a tratar. Es decir, sería un ejemplo de cómo se evaden instancias que requieren una resolución claramente política.

 

La Asamblea Universitaria es nuestra instancia política más alta, y por ello mismo extraordinaria, excepcional. En sus dos períodos sucesivos de gestión, las actuales autoridades universitarias nunca convocaron a Asamblea, excepto para la elección de Rector y Vice. La Universidad se empobrece si anula su mayor instancia democrática por temor a lo inesperado, que es propio al juego democrático mismo.

 

El régimen electoral de Rector, Vicerrector y demás autoridades, así como la discusión de un régimen de carrera docente (y otros temas tales como la condición de los docentes interinos que, despojados de todo derecho político de elegir y ser elegidos, están en situación de parias o ciudadanos de segunda; o bien diversos proyectos de creación de Facultades que hace años esperan su tratamiento, etcétera) aspiran a una controversia democrática que no sea equivalente a un cálculo de intereses que sólo concede una Asamblea cuando meramente convalida lo que ha sido ya decidido en el Claustrorum o las secretarías del Área Central.

 

Por Diego Tatián, consiliario titular FFyH

 y Diego Letzen, consiliario suplente FFyH