Historias y personajes

Iber Verdugo: un precursor de
los estudios sobre literatura latinoamericana

Su nombre está ligado a la Escuela de Letras desde la década del ’50. Fue profesor y director de la carrera. Reconocido en el extranjero por sus investigaciones sobre literatura hispanoamericana y admirado por sus estudiantes, Verdugo es recordado en la actualidad con profundo cariño y respeto. Para la docente Ana Flores, es “un legado de resistencia”; para Domingo Ighina, “uno de los profesores más queridos”.  Falleció en 1998 y dejó una prolífica obra. Muchos de sus estudios se conservan en prestigiosas universidades del país y el exterior.


"El profe" Verdugo, recordado por alumnos y colegas.

Iber Humberto Verdugo Arrosagaray nació en La Banda, provincia de Santiago del Estero, donde egresó como maestro normal de la Escuela "José B. Gorostiaga". Los recuerdos de su infancia y adolescencia se filtraban inevitablemente en sus clases y así recorría con la memoria la escuelita de campo dirigida por su padre, sus años en La Banda y su trabajo de maestro en la nocturna [1].

En 1947 se recibió de profesor de Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Tucumán, donde fue discípulo de Enrique Anderson Imbert. Verdugo siempre reconoció a Imbert como uno de sus maestros, ya que le abrió el camino inicial de lo que sería su especialización: la literatura hispanoamericana
[2].

Su llegada a Córdoba se produjo en 1957, cuando obtuvo por concurso la cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Sin embargo, fue separado de ella en 1976 y después reintegrado en 1984. Durante ese período dictó clases en la Universidad Católica de Córdoba y fue profesor visitante en la Universidad de Temple en Filadelfia, Estados Unidos.

Su labor intelectual siempre fue reconocida en el exterior, tal es así que en 1967 participó del decimotercer congreso internacional de Literatura Iberoamericana, llevado a cabo en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas. En el encuentro, Verdugo -junto a personalidades como Rómulo Gallegos, José Ramón Medina, Domingo Miliani, Miguel Otero Silva, César Fernández Moreno, Seymour Menton y Rubén Bareiro Saguier- analizó el “boom” de la literatura que se estaba produciendo en el continente por ese entonces.

Las clases

Los alumnos lo llamaban “el profesor Verdugo”, como le gustaba nombrarse a sí mismo y no con el título de doctor, que había logrado con el mérito de sus investigaciones.

Como prueba, están las palabras de sus alumnas Luisa Inés Moreno y María Elisa Zurita, en el número presentación de la revista “Escribas”, cuando señalan: “Verdugo en tanto maestro fue guía, modelo, investigador, confidente y amigo de los estudiantes, autoridad en el saber, sugeridor de perspectivas, formador de trabajos cotidianos, renovador, estudioso y persona íntegra”.

Durante sus clases -recordadas por la sencillez y profundidad-  Pampa Arán sostiene que el docente “era capaz de orientar a los alumnos hacia la problemática de la literatura hispanoamericana y argentina, y los fundamentos teórico-metodológicos que elaboró y perfeccionó con gran convicción" [3].

"Era un profesor creativo, auténtico y querido, dejaba a los estudiantes tomar decisiones sobre los aprendizajes y los ayudaba a descubrir significados. Educaba en dignidad y libertad, trabajaba la sustancia ética y fue un puente entre generaciones”, expresan Moreno y Zurita, y continúan: “Brindaba la posibilidad de compartir su casa como si fuera una extensión del box de la facultad”.

Domingo Ighina, actual director de la carrera, fue alumno de Verdugo en 1988 y en 1990, poco antes de su retiro. “Fue la persona capaz de contagiarnos, desde la literatura, un amor especial por América Latina. No sólo por las letras, sino por nosotros mismos como latinoamericanos. Tenía un compromiso profundo en ese sentido y creo que antes que un estudioso de la metodología de la literatura era un latinoamericanista”, destaca el director.

El director

Con la vuelta de la democracia, Verdugo fue reincorporado a la Escuela de Letras. En 1984 lo designaron como director y mantuvo ese cargo hasta 1992. Pampa Arán indica en la revista “Escribas” que “dentro de la concepción teórica y política de la importancia de acrecentar el estudio de letras continentales, percibió la necesidad de planificar una carrera de posgrado”. Desde ese lugar impulsó un proyecto, que recién se vio concretado en 2000 con la apertura de la Maestría en Literatura Latinoamericana.

Ighina recuerda que en el momento de la reforma del plan de estudios, “atendió los pedidos y reclamos de los estudiantes” e impulsó los principales cambios al programa heredado de la dictadura militar.

Verdugo se jubiló en 1994 y falleció el 23 de enero de 1998 en Córdoba, dejando inéditos una “Metacrítica del Martín Fierro” y una ambiciosa obra de historia de la literatura hispanoamericana, así como un manual de metodología de la investigación aplicada a la literatura.

Docente e investigador de larga trayectoria, “durante muchos años su salud había sido frágil, aunque siempre había resistido con un gesto sobrio, no exento de humildad, ante los límites que le imponía la naturaleza" [4]”.


 


[1] Dr. Verdugo, profesor y maestro...”, Luisa Inés Moreno y María Elisa Zurita, Revista Escribas Nº Presentación, octubre de 2000.

[2] Iber Verdugo: La obra de una vida”, Pampa Arán de Meriles, Revista Escribas Nº Presentación, octubre de 2000.

[3] Iber Verdugo: La Obra de una vida, Pampa Arán de Meriles, Revista Escribas Nº Presentación, octubre de 2000.

[4] Iber Verdugo: La Obra de una vida, Pampa Arán de Meriles, Revista Escribas Nº Presentación, octubre de 2000.

 

La práctica del pensamiento autónomo

Por Ana B. Flores
Docente de la Escuela de Letras e investigadora del Ciffyh
.

De la densidad de recuerdos “del profe”, elegí algunos aspectos del quehacer del Dr. Iber Verdugo, mi maestro, (fui su alumna y adjunta en el seminario de Análisis de estrategias del discurso, uno de los muchos regalos que me dio la vida) para compartir con los colegas y estudiantes de la Facultad en orden a una reflexión sobre nuestra identidad de universitarios.

Nos enseñó a pensar de manera autónoma, mostrándonos cómo se hacía, cómo se podía hacer, incentivándonos a que lo hiciéramos. En una institución que por sus características suele a menudo premiar al que mejor y más reproduce los pensamientos legitimados por el mercado académico, Verdugo nos enseñó a usar el pensamiento de los otros, de los grandes, como estímulo para el propio. En sus clases nos llevaba, desde cualquier situación significativa de lo cotidiano, de los medios masivos, del tratado teórico que acabábamos de comentar, a plantear problemas. Y  entonces, toda la clase interactuaba en una reflexión colectiva, a veces aguantando largos minutos de silencio. No se aceptaba la solución fácil, de sentido común, ni la “políticamente correcta”, sino que ésta era puesta precisamente como objeto de reflexión. Y nos incentivaba a volver, en todo momento, a poner en crisis nuestras propias prácticas, para producir saber y para generar la permanente actitud de autocrítica. Por ejemplo, ¿cómo hablar de ideología si no podemos salir de ella, si no se reconoce un exterior desde el cual objetivar? Nos inducía a empezar por la contrastación empírica e interdiscursiva, por la interacción y el diálogo permanente entre lo que creemos y sostenemos que hacemos cuando significamos algo y los efectos que produce. Hubo muchos buenos trabajos finales en que los estudiantes tomaban como objeto de estudio su propia producción (un artículo publicado en una revista, los panfletos de las propias agrupaciones estudiantiles) y analizaban sin concesiones sus propias estrategias discursivas.

No hacía falta tomar asistencia: nadie se perdía sus clases, como dicen María Elisa Zurita y Luisa Moreno en su homenaje en la revista Escribas. El suyo era (y es, de increíble actualidad) un pensar situado. No sólo por el recorte que hace dentro del campo de estudios del discurso: las estrategias, las políticas del discurso, su componente ideológico, con lo que trasciende el modelo estructuralista inmanentista de la época y el campo estrictamente literario, sino por la concepción y práctica del compromiso de la universidad con la sociedad.

Más allá de la función del pensador y del docente, retoma en los primeros años de democracia para la Escuela de Letras la práctica de la extensión desde su iniciativa de organizar las primeras jornadas sobre el tema “La manipulación discursiva”. Se realizaron en el salón de actos de la Municipalidad, que se colmó los sábados por la mañana con un público efectivamente heterogéneo y ávido, el ciudadano que quería saber sobre los discursos de los diarios, o de Platón, o de la administración pública, con expositores de varias disciplinas. Fue de las primeras salidas de Letras a la calle y a la interdisciplina.

La valoración de la actitud de compromiso, en ésta, nuestra circunstancia en que los méritos, los premios y castigos responden en gran medida a un número de casilleros llenados, a códigos de barra que cosifican y burocratizan la actividad universitaria, es un legado de resistencia.

 

Uno de los profesores más queridos de la Escuela

Por Domingo Ighina
Director de la Escuela de Letras

Tengo que reconocer a Iber Verdugo como uno de los profesores que me hicieron amar la carrera desde el comienzo. Soy de las últimas generaciones que lo tuvo como profesor y, además, cuando ingresé era el director de la Escuela.

Era un profesor de un conocimiento solvente sobre literatura latinoamericana, pero también sobre metodologías para el estudio de la literatura.  En momentos en que Córdoba recién empezaba a despertar, él ya tenía una trayectoria hecha, reconocida y en parte olvidada.

Tenía una idea democrática, plural y tolerante de lo que debían ser la Universidad, la Facultad y la Escuela de Letras. Cuando fue director, los que éramos estudiantes, siempre lo acompañamos porque era una persona necesaria en el momento justo; un referente claro, no sólo en el plano intelectual sino también en lo político, lo ideológico y lo ético.

Sabia reconocer sus errores y sus límites y eso nos hacía respetar mucho más la figura y la persona del “profe”, como le llamábamos.  En esa época, eran pocos los docentes que investigaban y él era uno de ellos, quizás con un concepto de investigación que hoy no se utilice. Por ejemplo, su clase del seminario de Análisis  y estrategias del discurso era producto de su investigación de años, o sea que no repetía lo que decían los libros sino que estaba creando teorías a medida que dictaba la materia y la confrontación con nosotros generaba nuevos resultados teóricos.

Como toda generación de estudiantes, en aquel entonces teníamos proyectos editoriales y Verdugo no sólo colaboraba con artículos para las publicaciones sino que gestionaba, a través de la Escuela, algún tipo de apoyo, como las resmas o la impresión.

El contacto con él no sólo era como alumnos, sino que podíamos encontrarlo en otros ámbitos de la Facultad. Había una relación especial, muy fuerte, coherente y respetuosa entre los estudiantes y Verdugo. Creo que es uno de los profesores más queridos de la Escuela.

 

La obra de Verdugo

Entre los numerosos libros y trabajos llevados a cabo a lo largo de toda una vida investigando sobre la literatura iberoamericana se encuentran "El proceso de Ricardo Güiraldes, hacia la originalidad literaria"; "Naturaleza y función de lo literario en Hostos"; "Juan Montalvo, escritor americano"; "Proceso de liberación mental y literaria hispanoamericana"; "Literatura y sociedad en la novela argentina"; "El carácter de la literatura hispanoamericana y la novelística de Miguel Ángel Asturias"; “Hacia el conocimiento del poema” y “Estrategias del discurso”, entre otros. Además, en 1967 la UNC publicó un clásico trabajo didáctico entre los estudiantes de Letras: "Cómo hacer una monografía literaria".

Por otro lado, en 1964 se editó "Canto a la Patria", poemario que obtuvo el primer premio de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de Córdoba. Trabajó en la Editorial Kapeluz como autor de las notas y el estudio preliminar de libros como "Cuentos" de Rubén Darío, "Tabaré" de Juan Zorrilla de San Martín y "Facundo" de Domingo Sarmiento.

Muchas universidades extranjeras publicaron sus trabajos, ya que reconocían su perfil intelectual. Entre las obras se destacan “El carácter de la literatura hispanoamericana y novelística de M. A. Asturias”, publicado en Guatemala, en 1969; “Edición critica, estudio y variantes de ‘Viernes de Dolores’, de M. A. Asturias”, editada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en París y México, en 1978; “Teoría aplicada del estudio literario (análisis del Martín Fierro)” y “Un estudio de la narrativa de Juan Rulfo”, publicados en México en 1981.

También colaboró con revistas especializadas del país y del extranjero.