El cuidado del mundo

La marca que dejan las Madres en la historia argentina, va a ser inagotable en su capacidad de inspirar el anhelo de justicia. Precisamente en los momentos más difíciles es cuando esa marca va a estar más viva”, expresa Diego Tatián en este sentido discurso, pronunciado durante la ceremonia de entrega del Doctorado Honoris Causa a Taty Almeida, el 27 de julio, en el Auditorio Hugo Chávez del Pabellón Venezuela.

Querida Taty, cuando algunos compañeros pensamos en que era oportuno y justo, y que iba a honrar a la Universidad de Córdoba, proponerte la mayor distinción con la que una Universidad cuenta, que es el Doctorado honoris causa, pensamos en muchas cosas pero tal vez podríamos resumirla con una palabra, que en mi opinión es de las más altas que pueden adjudicarse a alguien: la palabra militante. La militancia -que hoy algunas retóricas comunicativas quieren demonizar para que el puro emprendedorismo individualista se vuelva pensamiento único y para que el saqueo económico no encuentre ningún obstáculo- nace de sentir que hay un mundo que cuidar, una memoria que atesorar y de una sensibilidad por los otros que mantener viva. Pueden concebirse pocas desolaciones peores que la de un mundo sin militantes (sin cuidado, sin memoria y sin otro interés que no sea el propio).

Pero solo reconocer a Taty Almeida como una militante podría parecer que no basta como presentación, y se supone que yo debería ahora hacer una presentación. Decir que Taty Almeida es Lidia Stella Mercedes Miy Uranga de Almeida​; que es hija de un oficial de caballería y procede de una familia de militares donde casi no había civiles; que un día de junio de 1975 una patota se llevó a su hijo Alejandro Martín Almeida, quien era militante del ERP, estudiante de medicina, trabajador y poeta, y que desde ese día Alejandro está desaparecido. También sería relevante decir que Taty Almeida estuvo entre las mujeres que en 1986 dieron origen a Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y que desde los años de la dictadura cívico-militar hasta hoy no dejó ni un solo día de luchar por la Memoria, la Verdad y la Justicia. También debiera decir que para muchos de nosotros saber que ella y otras Madres y Abuelas existen y están por ahí, en algún lugar de la Argentina, haciendo siempre lo que hay que hacer y diciendo lo que hay que decir, nos da una enorme tranquilidad y nos orienta frente a lo que pasa y hace retroceder cualquier cansancio.

Debiera presentarte diciendo también muchas otras cosas. Pero en este caso, me parece que no es necesario; no es necesario presentar a alguien a quien todos conocemos y todos queremos mucho, y en cambio quisiera usar este breve tiempo para tratar de encontrar las palabras justas que puedan expresar nuestro reconocimiento, y el significado histórico, cultural y político que tiene para el pueblo argentino tu trabajo de tantos años y el trabajo de las Madres. El intento de encontrar esas palabras va a terminar, una vez más, en fracaso; pero la tarea de quienes trabajamos con ellas es reiniciar esa búsqueda una y otra vez, aunque estemos siempre condenados a ser excedidos por la magnitud de esa reserva moral de memoria y porvenir.

En mi opinión, la pepita de oro de todo lo que nos enseñaron las Madres, y que yo creo va a ser el legado para las generaciones futuras siempre que haya personas que no estén dispuestas a admitir indiferentes el daño del mundo y el sacrificio de las vidas para ganancia de unos pocos -y esas personas van a existir siempre-, es que cualquiera sea la adversidad que nos toque transitar (y tal vez ninguna mayor podamos concebir que la que existía esa fría mañana de 1977 en que ocurrió la primera ronda en Plaza de Mayo), aunque parezca que no hay nadie y la soledad se extienda en todas direcciones, siempre habrá hombres y mujeres con quienes encontrarse para resguardar de su destrucción, cuando es frágil y está más amenazada, la idea de un mundo sin desprecio que pueda albergar a todos los seres humanos por igual. Siempre hay otros y siempre hay otras con quienes componer un arte de la resistencia pacífica hasta revertir el oprobio circunstancial que muchas veces se abate sobre los pueblos, aunque todo parezca estar cerrado y estar oscuro, y aunque el camino más corto sea largo. Esa enseñanza y ese legado -tal vez nunca tan precioso como en los tiempos que corren- las hace siempre jóvenes, más jóvenes que todos nosotros, aunque alguna vez tengan que irse y algunas ya se hayan ido ya.

En este momento me gustaría pronunciar los nombres de María Ponce, de Esther Careaga, de Azucena Villaflor, de María Adela Antokolez, de Elsa Oesterheld, de nuestras Otilia Argañaraz y Emi D’Ambra, por solo invocar el de algunas Madres y Abuelas queridas que ya no están, pero con ellos el de todas las que están y no están. Esta distinción es para vos pero nos gustaría que de alguna manera las  alcanzara a todas. A algunas les tocó irse en malos tiempos; a otras en tiempos mejores y pudieron ver el avance de la justicia que trajo la decisión de persistir pacíficamente en su exigencia y que prosperó gracias a una confianza activa y a la paciencia del amor.

Aunque nunca podemos estar seguros del todo, pienso ahora que la historia no va hacia ninguna parte como creímos alguna vez. Cada generación tendrá la sociedad que sea capaz de construir sin ninguna ayuda de un sentido inexorable. Sin embargo, tal vez hay una justicia de la historia en otro sentido. La historia puso a Pinochet en el lugar de la mayor deshonra -aunque su obra de muerte haya tenido éxito en su momento-, y en cambio custodió el significado entrañable de Salvador Allende como una preciosa ofrenda para América latina –aunque haya sido asesinado en el Palacio de la Moneda y durante años su memoria haya sido objeto de persecuciones y de injuria por los poderes militares, económicos, judiciales y comunicacionales de su país. Aunque hayan sido objeto de la más feroz violencia militar, de operaciones económicas o de un encarnizado odio mediático, nada podrá borrar de la memoria popular los nombres de Yrigoyen, de Perón, de Evita, de Illia, de Alfonsín, de Néstor y de Cristina –por más que de la misma manera en 1930, en 1955, en 1966 -como en 1976 o como ahora- los medios de comunicación pretendan hacer creer cualquier otra cosa por medio de la tergiversación, el ocultamiento y la mentira: va a ser inútil porque todos ellos gobernaron para sus pueblos y supieron honrar la democracia en su sentido más pleno. Nunca trascienden en la memoria agradecida de sus pueblos quienes gobiernan para los poderosos sino precisamente quienes tienen la valentía de enfrentarlos, o al menos intentan hacerlo, para que sea posible una mayor igualdad entre los seres humanos y por tanto una mayor libertad en cada uno de ellos. Y la historia, como antes, también ahora va a ser impiadosa con los que gobiernan para los poderosos y contra sus pueblos: no hay ninguna duda que recibirán la repulsa de las generaciones por venir. Tal vez esto no sea ningún consuelo, habida cuenta del inmenso daño que los malos gobiernos ocasionan en las vidas de quienes efectivamente viven. Pero la interlocución imaginaria con los que ya no están y con los que van a venir, la transmisión y la recepción de la experiencia, tienen una enorme importancia para orientarnos en política, para desentrañar el significado -muchas veces esquivo- de lo que es contemporáneo, para no abandonar el presente a sí mismo cuando es aciago y para no desistir de las disputas democráticas que es necesario librar.

La marca que dejan las Madres en la historia argentina, la marca que ustedes dejan, Taty, va a ser inagotable en su capacidad de inspirar el anhelo de justicia, no importa el tiempo que haya pasado y no importa la magnitud de la adversidad que pudiera sobrevenir. Precisamente en los momentos más difíciles es cuando esa marca va a estar más viva. Va a irrumpir desde el fondo del tiempo para acompañar a quienes se sientan abatidos y despertar en ellos el recuerdo de miles de luchas populares anteriores y la responsabilidad de saberlas honrar, con la inteligencia y con la voluntad. Los tiempos pueden ser favorables o adversos; nuestro deber es estar a la altura del que nos haya tocado.

Ese legado que las Madres y las Abuelas nos dejan en herencia, querida Taty, querida Sonia, es para siempre, y está fuera del alcance de cualquier ultraje aunque quienes embisten contra su memoria tengan mucho dinero y mucho poder. Es quizá el mayor patrimonio social, político y moral con el que contamos los argentinos para la historia que deberemos ser capaces de construir de ahora en más. Alguna vez las instituciones aprenderemos a reconocerlo de manera más adecuada. En tanto, hasta que encontremos las palabras, simplemente muchas gracias por todo y por tanto.

Por Diego Tatián

2 comentarios

  1. SIENTO UN ENORME ORGULLO POR TATY EN PArticular y por las madres en general. no habra suficiente homenaje para tanta valentia, tanto Amor. . .
    CARMEN PASCUAL CALVO. SAN NICOLAS

  2. Felicitaciones a La Facultad de Filosofia por la propuesta y a la Universidad de Cordoba por la aceptacion de esta distincion a una Madre de La Plaza ,MILITANTE asi de mayuscula , la querida e imprescindible TATY ALMEIDA -En ella se puede sintetizar en tiempos de confusion , la verdadera lucha por los derechos humanos , siempre atenta y disponible a abrazar la MEMORIA ,la VERDAD y la JUSTICIA.
    Su fuerza ,su espiritu , su palabra ,su compromiso ,su sonrisa ,ha llegado y llenado tiempos y espacios , ya es UNIVERSAL – Ejemplo de vida para como ella dice ,hagan posta las nuevas generaciones –
    Es una verdadera «Parresiastes contemporanea «

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*