Evaluación, “activos” universitarios y rankings globales

coll-ranking universitarioA mediados de junio de 2015, se dio a conocer una nueva edición de los QS World University Rankings. Allí, la Universidad Nacional de Córdoba figuraba en el puesto Nº 25 entre las universidades de América Latina. En este artículo, Daniel Saur, investigador del CIFFyH y profesor de la Escuela de Ciencias de la Información de la UNC, analiza los parámetros e indicadores que utiliza la consultora internacional para medir las universidades y aclara que “en el modelo de la universidad argentina existen ‘activos’ históricos y presentes de alto valor y que no figuran en ninguna grilla”.

“Productividad” y Rankings

Michel Foucault desarrolló en su obra una noción interesante para pensar los efectos que produce todo fenómeno social, la noción de “productividad”. La empleó de un modo distinto al sentido económico convencional y de la noción de mercancía y cadena de valor, que la ha colonizado en el presente. Al hablar de productividad, o productividades para ser más preciso, Foucault aludía a todo un campo de efectos, ya sean menores o rutilantes, que son posibles o activados como secuela de un acontecimiento, unas prácticas o una institución. La “productividad” refiere a una diseminación de distintas y heterogéneas secuelas, mayores o nimias, positivas y negativas, relacionadas a la relevancia del fenómeno analizado. Esta noción, creo, puede ser de utilidad para plantear una primera pregunta en torno al problema de la evaluación de la universidad argentina. Pensada en sentido foucaultiano, ¿cuál es su productividad?

La pregunta viene a colación del revuelo que, hace unas semanas, armó la difusión del último QS World University Rankings, en el cual tanto la UNC como otras universidades argentinas se presentan desfavorecidas en comparación con otras instituciones de la región y muy relegadas con respecto a las del hemisferio norte y algunos países de Asia. No es nuevo, año tras año los titulares de los principales medios difunden este ranking y otros similares, como el elaborado por el diario británico The Times, o el Shanghai Jiao Tong University Ranking, por citar los más conocidos. La letanía se repite con el mismo efecto deslegitimante sobre las universidades locales.

Ahora bien, no me voy a detener mayormente en la transparencia de las agencias nacionales e internacionales que realizan mediciones o ponderaciones de distinto tipo, pagas o ¿sin fines de lucro?; ya sean las empresas o asociaciones que miden el rating televiso o la circulación de medios impresos en los distintos países, financiadas por los mismos medios que ponderan; las que producen mediciones o sondeos de opinión sobre consumos varios o sobre intención de voto, financiadas por las mismas empresas, candidatos o partidos; así como las que evalúan la excelencia de las instituciones universitarias. Tampoco me voy a detener demasiado sobre los escasos aspectos que sopesan los rankings universitarios, los que se resumen en combinatorias de: reputación académica (cantidad de profesores galardonados con premio Nóbel, Medalla Fields, etc.); índice bibliométrico, citación de ciertos temas desarrollados por el cuerpo académico, cantidad de artículos aparecidos en ciertas publicaciones (Nature, Science, etc.), impacto web; cantidad de profesores con título máximo; capacidad para obtener empleo por parte de graduados u opinión de las empresas empleadoras; coeficiente estudiantes / profesores; y no muchos indicadores más.

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Asumir la intervención de estas agencias sin hacer una lectura política del papel que juegan en la construcción de una orientación global de los estudios superiores y la investigación universitaria es una ingenuidad. ¿Qué idiomas se privilegian, cuáles son los premios o reconocimientos más valiosos, quiénes los otorgan y bajo qué criterios? ¿Cuáles son las publicaciones más valoradas y cuáles las pautas de selección de artículos, cuáles sus agendas temáticas y a quiénes interesan o dónde repercuten, cuál la procedencia de los dictaminadores, etc.? Todos estos indicadores pueden ser problematizados, para analizar hasta donde constituyen una agenda legítima de preocupación global sobre intereses de la humanidad y hasta donde los intereses de las corporaciones, del capital concentrado o de mercados en expansión; esa agenda y la lengua franca para discutirla tienen implicancias y deban ser leídas políticamente.

Compelidas por la lógica de la competencia y la ¿necesidad? institucional de mejorar su ubicación, estos rankings suelen promover estrategias no siempre saludables, generando artificios para escalar posiciones, como contratar con enormes honorarios a premios Nobel para dar cursos de verano o a distancia, solo para ganar puntaje; o, como cuestionó el Rector Francisco Tamarit en una entrevista reciente a los SRT, donde señaló que si se precariza la planta docente puede mejorar el coeficiente profesores / graduados, cosa que la UNC no está dispuesta a hacer.

Quiero ser claro en este punto, la crítica a los rankings globales no tiene necesariamente que implicar una disposición complaciente o una defensa corporativa, como acusan sus promotores, los que suelen valerse de esta información para mostrar “lo mal que estamos” y lo “ineficiente” que es todo lo vinculado al sector público estatal en nuestros países. Valga esta salvedad para reforzar la necesidad de evaluar nuestras universidades con metodologías que reconozcan las contradicciones que experimentó a lo largo de su historia, así como cierta lucidez que ha definido sus políticas en ciertos momentos, no puede ser una evaluación solo para adentro o vinculada con exclusividad al impacto de la investigación en la ampliación de ciertos mercados. Y es aquí donde, nuevamente, puede sernos de utilidad la pregunta foucaultiana: ¿cuál es la productividad de la universidad pública argentina?, o ¿cuál productividad queremos promover? Una respuesta apropiada no puede solo contemplar unos pocos aspectos, que interesan principalmente a promotores de los mercados científicos y de la educación superior, es interesante abordar esta pregunta de modo amplio e integrador, contemplando la complejidad de las productividades que genera la universidad, con la sociedad en el centro de la escena, con debates y definiciones que manifiesten toda su fecundidad.

“Activos” universitarios

Siguiendo con el razonamiento anterior, la pregunta sobre la productividad demanda una vinculación con las implicancias sociales de la actividad de cada institución y del sistema en su conjunto, contemplando aún las propias contradicciones, las bardas y cercos que muchas veces la misma institución sostiene o promueve. Este trabajo, pendiente, requeriría asumir que aspectos estructurales como gratuidad, ingreso irrestricto y una concepción que paulatinamente se va consolidando donde la educación superior es interpretada como derecho, ponen a la universidad argentina en un paradigma muy distinto que el privilegiado por el Science Citation Index o los rankings globales.

En el modelo de la universidad argentina existen “activos” históricos y presentes de alto valor y que no figuran en ninguna grilla, solo a modo de ejercicio tomemos algunos aspectos que podrían tenerse en cuenta y aunque la tarea de sistematizarlos y justipreciarlos resulta compleja, es necesaria y posible. En el caso de la UNC, ¿qué valor se le puede asignar el haber promovido uno de los procesos modernizadores a nivel político, intelectual y cultural más relevantes del siglo XX en toda América Latina? Como dice Horacio Crespo, el Aprismo de Haya de la Torre, el antiimperialismo, la idea de cultura propia, surgen como parte del impacto temprano de la Reforma en la década de 1920, llegando hasta la revolución cubana, realizando una contribución decisiva en la formación de las grandes corrientes de opinión. Todo un pensamiento transformador, de equidad social y afirmación nacional es heredero de los movimientos universitarios, donde este sistema ha operado y lo sigue haciendo, como articulador central de la construcción de ciudadanía.

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¿Cuál es el valor de lo realizado por la UNC en la formación de profesionales y técnicos que una vez egresados (o con formación inconclusa) regresaron o se radicaron en regiones donde aún no existían los estudios superiores, pequeñas localidades, el interior provincial, el noroeste argentino, promoviendo el desarrollo, participando en política, creando industrias, asociaciones y emprendimientos de impacto social, promoviendo ciudadanía y fomentando el crecimiento económico, social y cultural? Lo mismo podría preguntarse sobre los aportes que la Casa de Trejo realizó a países hermanos como Bolivia y Perú ya que un número muy significativo de estudiantes de esos países se formó aquí.

¿Cuáles han sido los aportes de la UNC en la organización económica y de infraestructura (diques, redes viales, energéticas, etc.) en la región? Basta recordar que Bialet Massé fue académico de la UNC y otras universidades argentinas, y que el dique San Roque construido en 1890 fue en su momento el más grande de Latinoamérica; y que Córdoba gozó de tendido eléctrico solamente 10 años después que la ciudad de Nueva York.

Sería necesario también contemplar la vitalidad que genera en la cultura de una sociedad, la densidad que le aporta, su capacidad de preservar saberes ancestrales que no tienen valor de cambio y languidecen al no ser rentables para el mercado, pero que sorteando el pragmatismo imperante perviven en la universidad que funciona como reservorio, contribuyendo a la diversidad y a una cultura sólida.

¿Cuánto contribuyó la gratuidad de los estudios universitarios implementada en 1949 en la expansión de las incipientes clases medias, cuánto a la movilidad social ascendente, cuánto aportaron sus egresados en la formación de los sistemas de salud, jurídico, educativos y de sus ingenieros para el desarrollo del país? Las universidades públicas han tenido un papel central en diversos ámbitos de la vida local, regional y nacional.

¿Cómo medir la contribución de la universidad en las acciones libertarias, en las conquistas de derechos, en la lucha por combatir la arbitrariedad de los poderes concentrados? Y en diversas formas de resistencia y crítica a las avanzadas neoliberales, a la degradación de la educación y del espacio público, en la defensa de los recursos naturales, en la promoción de procesos alternativos de desarrollo, en la auditoría y mirada atenta sobre acciones de gobierno en todos los niveles.

Esa evaluación requeriría atender aspectos sobre los que se han fijado objetivos concretos en los últimos tiempos, siendo la inclusión uno fundamental. Si la universalidad de los estudios superiores es un objetivo en Argentina, en oposición a la selectividad y elitización de la matrícula, cuántos puntos habría que asignarle a nuestras instituciones a partir de todas las medidas de inclusión que se han implementado, las que han producido una ampliación del espectro social de procedencia de los estudiantes. Basta recordar que las instituciones bonaerenses más recientes poseen una matrícula con más del 70% de estudiantes de primera generación universitaria, y en el caso de la Universidad de La Matanza “Arturo Jaureche” fundada en 2011, ese porcentaje se eleva por encima del 90%.

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Solo por mencionar algunos otros aspectos que una evaluación requeriría contemplar, recordamos que en la UNC se vienen instrumentando en los últimos años planes de apoyo e inclusión orientados principalmente a sectores desfavorecidos, organizados desde la administración central o desde las distintas unidades académicas, lo que incluye un sistema amplio de becas: ayuda económica, para ingresantes, para estudiantes con hijos, guardería, comedor, terminación de carrera y ante situaciones de emergencia. A las becas propias, hay que sumar las impulsadas por el Ministerio de Educación de la Nación: bicentenario, vocaciones científicas, desarrollo y nuevas tecnologías, Progresar y carreras estratégicas. En total son cerca de 12.000 los beneficiarios en la UNC entre programas propios y nacionales, en la mayoría de los casos, primera generación de estudiantes universitarios. A estas acciones hay que agregar otros programas existentes en la UNC, de seguimiento, acompañamiento y tutorías durante los primeros años; las acciones tendientes a plantear a la UNC como “horizonte posible” articulado con la escuela media y organizaciones sociales: articulación con los secundarios públicos, apoyo y acompañamiento escolar, trabajo con docentes para facilitar el acceso a la información universitaria; la promoción del derecho a la educación superior a partir charlas, talleres, muestras, ferias, las que incluyen visita al interior provincial y a barrios populares para promover en los estudiantes secundarios la incorporación de la universidad como opción posible, generando un cambio importante en la representación que los jóvenes se hacen sobre la universidad. La mayoría de las universidades públicas llevan adelante programas de este tipo y otros, tales como creación de guarderías para hijos e hijas de estudiantes; apoyos en tareas administrativas; micros gratuitos hasta los campus; todo tendiente a facilitar el acceso y la permanencia.

Hay cuestiones que son difíciles de mensurar pero no imposibles, como sostiene Imanol Ordorika es factible “un índice de movilidad social. En lugar de plantear que la calidad de la institución está en su capacidad de seleccionar estudiantes, el acento debería estar en la capacidad de una institución de recibir estudiantes de estratos sociales desfavorecidos y en su capacidad de ayudar a que superen sus dificultades educativas y culturales”.

Son estos, entre muchos otros aspectos, por lo que sostenemos que ciertas mediciones responden a otros modelos y dicen poco de la multiplicidad de aristas y la complejidad de nuestras instituciones. Frente a los rankings se plantean como necesarios sistemas de información abiertos para la toma de decisión, que permitan reforzar aciertos, reorientar políticas, implementar reformas e identificar espacios que necesitan ser fortalecidos. La cuestión no es sencilla, pero vale la pena asumir el desafío, en un contexto que señale los déficits pero también todos los “activos” de una universidad que tiene una historia y un presente que amerita sostener una orientación que procure mantener una distancia saludable con los mercados educativos globales.

Por Daniel Saur

Investigador Regular del CIFFyH y Profesor de la Escuela de Ciencias de la Información, Universidad Nacional de Córdoba. Integrante de la Cátedra Libre Deodoro Roca (FFyH – ADIUC).

Ilustración: Manuel Coll

Fotografías: Archivo / Irina Morán


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