Silencios, metamensajes y censuras soterradas

foto-nota-bialet1¿Qué entendemos por cultura nacional desde la diversidad de nuestras tradiciones culturales? A partir de esta pregunta, Graciela Bialet realiza un recorrido histórico sobre lo sucedido con la literatura Infanto Juvenil de Argentina. En este trabajo –leído durante su participación en el Foro de la Independencia, Capitulo Córdoba–, la escritora cordobesa analiza las distintas invisibilizaciones o censuras aplicadas no sólo a contenidos ideológicos y/o políticos, sino también aquellas que pesan sobre las tradiciones orales de culturas nativas o relegadas; señalando además las censuras soterradas que persisten dentro de la producción y circulación de bienes culturales del país y América Latina.

Como trabajadora de la cultura en el arte literario, quisiera reflexionar acerca de los silencios, los mensajes no dichos, “las censuras” y los metamensajes que han girado en torno a la diversidad, las tradiciones y la cultura argentina. Lo haré partiendo de lo sucedido en de la Literatura Infanto Juvenil, pero considero que el análisis puede ser proyectado hacia otros campos.

Las censuras en Argentina, como en otros lugares, han tenido varias dimensiones y actuaciones. Muchas de las censuras de libros (incluidos los destinados a niños y jóvenes), en tiempos de todos los gobiernos dictatoriales, fueron explícitas y se concretaron a través de resoluciones, decretos y otro tipo de documentaciones “legales”, y aún más perversas en la última dictadura, con el secuestro, tortura y asesinato de sus creadores, tal el caso, entre otros, de Héctor Germán Oesterheld (autor de varios libros infantiles además de su emblemática historieta, la novela gráfica “El Eternauta”).

Pero muchas otras censuras fueron implícitas, circularon por voces no oficiales provenientes de vecinos, colegas de trabajo o estudios, padres que ya sea por adhesión a la ideología represiva o por protección, reproducían y hasta ampliaban los cánones a prohibir (tal el caso de José Pepe Murillo y Álvaro Yunque, proscriptos por su filiación comunista). Este tipo de censura implícita llevó a miles de ciudadanos a autocensurarse, a enterrar o amurar bibliotecas completas por temor a delaciones o represalias.

Hubo también censuras simbólicas expresadas mediante la quema pública y televisada de inmensa cantidad de libros, este objeto cultural se revelaba como muy peligroso; por eso también se dejó de abastecer a las bibliotecas públicas, populares y escolares. Tampoco se renovaban los planteles presupuestarios para los cargos de bibliotecarios como modo de clausura por “muerte propia”.

Sin embargo, desde remotas épocas, coexiste además otro tipo de censura a la que denominaremos soterrada. Se trata de aquella que a través del tiempo se sostiene como metamensaje impuesto –ya sea por el mercado o por procesos de aculturación–, y que sigue produciendo la invisibilización o desaparición de relatos culturales (y por ende de arte y de la Literatura Infanto Juvenil). Esta  tipo de censura se fue legitimando como valedera ya por desconocimiento de su imposición o por naturalización de estos procesos restrictivos.

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Analizaré tres ejemplos de censuras soterradas en Argentina:

1) Censuras soterradas aplicadas a la literatura de tradición y transmisión oral de las culturas originarias y las de grupos poblacionales relegados, tales como negros esclavos, mulatos y mestizos;

2) Censuras soterradas de las industrias culturales.

3) Censuras soterradas aplicadas a la circulación de bienes culturales regionales.

Todas ellas atraviesan solapadamente la historia de producción Literatura Infanto Juvenil (LIJ) hasta nuestros días y a su vez forman parte de un circuito de apropiaciones y exclusiones propias de procesos de aculturación.

Censuras soterradas a las LIJ de tradición oral de culturas nativas y relegadas

En América viven algo más de 50 millones de indígenas y se hablan alrededor de 700 lenguas nativas diferentes. En Suramérica las culturas originarias más importantes son la quechua, la aymará (que predominan y hoy recuperaron su poder político en Bolivia) y la guaraní.  En el territorio argentino, además de estos tres sobresalientes grupos poblacionales, conviven con “el blanco” los pueblos Mapuches, Tehuelches, Araucanos, Tobas entre los más populosos. Según el censo de 2010, casi un millón de ciudadanos argentinos se reconocen como descendientes o pertenecientes a pueblos originarios.

Como se sabe, con la penetración de traspoladas pautas culturales, nuevas enfermedades introducidas por los europeos, la explotación económica y la violencia militar aplicada durante siglos, las poblaciones nativas fueron diezmadas, las comunidades divididas, las identidades saqueadas y sus tierras ocupadas o usurpadas. Todo este proceso de invasión y colonización, fue acompañado por otros de invisibilización, estigmatización que devalúa aún social y simbólicamente sus pautas sociales, naturales, éticas, culturales, esencialmente basadas en la tradición oral. Sin embargo, como en toda fase de aculturación donde intervienen distintos niveles de destrucción y dominación, también subsisten mecanismos de supervivencia, resistencia, soporte, modificación. Y han sido precisamente los relatos de tradición oral uno de los instrumentos soterrados que han dado continuidad a la resistencia cultural a estos pueblos, puesto que son construcciones complejas del lenguaje literario que no han necesitado de la escritura para su difusión, pero sí siguen requiriendo de un narrador que conozca  y legitime con pasión la tradición, asegurando así la transmisión de sus sentidos más profundos. Cantos, rezos, versos, plegarias, narraciones y conjuros son los géneros más expresados en estos relatos cuya función estética apunta ficcionalmente a establecer un vínculo armonioso entre lo terrenal y lo espiritual. Se comparten a la comunidad desde la infancia, en lengua materna y a espaldas la cultura “oficial” dominante, aunque muchos indígenas mudados a la periferia de las grandes urbes han ido autocensurando su lengua y sus tradiciones en el afán de ser incluidos.

Un concepto muy puntual para entender estos textos es la noción de circularidad temporal que los sostiene. “En contextos de tradición indígena el tiempo no es concebido como un proceso lineal como en occidente, sino como un proceso circular. En función de esta noción temporal las comunidades indígenas “pueden considerarse como homeostáticas; esto significa que viven en un presente que se mantiene a sí mismo en equilibrio.” (Ong Walter,1982: Oralidad y Escritura. Tecnologías de la palabra).

Este concepto de circularidad temporal se extiende también al espacio: La propiedad comunitaria de la tierra, madre para todos, quien nutre, cobija, provee y por lo tanto no puede ser pertenencia de alguien, sino por el contrario, son los hombres quienes le pertenecen a ella, opuesto del concepto capitalista de propiedad privada que  busca una renta productiva a través de su explotación. Fundamentos filosóficos y culturales diferentes entre sociedades que conviven en un mismo suelo y bajo una misma administración de Estado.

Otros grupos poblacionales  subyacen y conviven ocultos y a espaldas del modelo liberal de “cultura nacional” sostenido en los S XIX y XX. Los negros, que como sabemos, fueron obligados a vivir en América como esclavos, entre los años 1500 y fines de 1800. El estudio «La ruta del esclavo» de la Unesco reconoce que durante esos 400 años ingresaron a nuestro continente casi 11 millones de africanos (sobrevivientes del triple capturado en su continente -33 millones-, pues se calcula que, de cada tres apresados, uno moría en África durante su captura y otro fallecía en el traslado oceánico.

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A comienzos del siglo XIX en Argentina, entre el 30 y casi el 60 por ciento de la población era descendiente de africanos, según las regiones del país; pero a comienzos del siglo XX, apenas entre el 2 y el 3 por ciento de la población argentina reconocía su ascendencia africana. Sí, muchos murieron en las guerras de Independencia y en la del Paraguay, pero tanto antropólogos como historiadores reconocen que –al igual que los pueblos originarios- el arma letal tuvo que ver con el impiadoso grado de explotación a que fueron sometidos, las restricciones a su libertad y las pésimas condiciones de vida, mientras una sociedad eurocentrista, minoritaria, blanca se miraba a sí misma como humanista y revolucionaria. A raíz de las brutales bajas masculinas, las mujeres africanas se mestizaron con indígenas y criollos y así, la raíz africana en Argentina se ha perpetuado, a pesar del mecanismo de negación de la negritud y la invisibilización cultural a la fue sometida en el ideario liberal de una argentinidad “gringa”. Zambamilonga, tango, malambo, quilombo, mucama, catinga y candombe son voces afroamericanas que permearon el lunfardo.  O como TUTO… del TUTE que significa “caliente” en bantú.

Mucho de lo que comemos a diario proviene de ese patrimonio negro que legamos. “Por ejemplo, el dulce de leche, se dice que nació de un descuido en la provincia de Buenos Aires, luego de que la cocinera de Rosas se olvidara la leche en el fuego, nadie dice que esa cocinera era negra. Las achuras: las comidas de las vísceras son típicamente negras.

Los criollos no las comían, las tiraban. Y las negras achuradoras (esto lo dice Echeverría en El matadero) iban a recoger esa carne para hacer su comida”, relató a Página 12  Pablo Cirio, antropólogo musical; “una anécdota de Borges muy interesante. Él volvió a su casa, en la década del ’20, y le contó a su madre, enfervorizado, que había estado con compadritos, y que lo habían invitado a comer. La madre, entonces, le pregunta: ¿No habrás comido asado, esa porquería que comen los esclavos?”. Otra comida, es una en la que se hierven huesos de pata de vaca hasta que se deshacen; eso se mezcla con cebolla rehogada y ajo y se pone en una fuente, como si fuera queso. Esa era una comida de negros muy pobres. Por tradición historiográfica se sabe que los negros siempre estaban recogiendo huesos de vaca en los mataderos.

¿Cómo reconstruir estos relatos negados? ¿De qué cultura nacional seguiremos hablando? La de la Europa sudamericana culta y blanquísima?  Un estudio de la UBA,  en 2011, titulado “Cambios recientes en la estratificación social en Argentina /2003-2011/. Inflexiones y dinámicas emergentes de movilidad social”, dio a conocer datos de la estratificación social en Argentina:

  • Clases populares (asalariados no calificados, cuentapropistas, perceptores de planes sociales), el 47,3 %.
  • Clase media inferior (asalariados calificados, administrativos, pequeños comerciantes), el 42%.
  • Clase media superior (profesionales y ejecutivos), el 8,4%.
  • Clases altas (empresarios grandes y medianos. Terratenientes), el 2,3%.

Nuestros típicos morochos de barrio (negros de M los llaman algunos), los cabecitas negras, mestizos y los pueblos originarios son absoluta mayoría en nuestra estructura social. Las inmigraciones europeas y orientales, más las de nuestros limítrofes coterráneos, sumaron tradiciones, pero es imposible e impúdico seguir tratando de tapar el sol con las manos. Somos Latinoamérica. Orgullosamente.

¿Qué lugar ocupan esas producciones culturales y su proyección en el arte? Periférico. Se las trata como “particularidades” y no como un componente intrínseco al cotidiano hacer cultural.

¿Cómo se desdibuja una realidad cultural? ¿Cómo se logran esos procesos de invisibilización? Algunas respuestas se han ido trasluciendo, pero ejemplos puntuales habilitan el segundo  tipo de censuras soterradas que enuncié:

Censuras soterradas de las industrias editoriales y sus mediadores.

Escena 1: Año 2014. Una editora free lance argentina me pide que adapte un texto para una leyenda para un manual de Santillana. Me envía una versión del cuento tradicional que quiere que reescriba. Lo hago y luego me responde:

“Gra queridísima, el cuento está buenísimo… pero no podemos publicarlo en Santillana. Por dos razones. La primera, que en la editorial existe un lavaje ideológico por el cual los textos no pueden tener ninguna marca que inquiete (ni interese) a los chicos: nada de reclamos de tierra, oposición gringos-nativos, etc. Pensé que esta anécdota que te envié era inocua, pero vos siempre te las arreglás para pasar tu mensaje, ja, ja. La segunda: Los personajes deben ser más estereotipados. Acá es el pícaro (indígena) que engaña al ingenuo (un gringo), ninguno de los dos es «bueno», no hay oposición moral entre ellos. Capisci? Si te animás a hacer una versión más santillanesca de esta misma historia, adelante.”

Escena 2: Año 2015. Luego de la marcha del 24 de marzo, la escritora argentina de LIJ Silvia Schujer sube a su muro de FB una foto de la convocatoria porteña y escribe: “¿y dónde repartían los choripanes? Porque yo no ligué ni uno.” Y entre varios mensajes aparece el de una maestra que le cuestionaba este post y le escribió que nunca más le iba a dar sus libros a sus alumnos. Las reflexiones del lector me eximen de más aclaraciones al respecto de este tipo de censura.

Censuras soterradas aplicadas a la circulación de bienes culturales regionales

¿Dónde circulan textos y lectores? en el caso del lector infanto juvenil, es sin lugar a dudas la escuela –como eslabón primordial de educación e integración cívica– quien decide, en primer término, si genera escenarios donde textos y lectores puedan encontrarse (o enfrentarse), y el segundo término, dispone con quién sí y con quién no, o sea, que la escuela establece un canon legitimante que termina funcionando como un “verdadómetro”.

La escuela decide si se va a leer literatura o no, y las editoriales a través de sus propuestas y planes editoriales, además, aportan qué se lee. Son decisiones estéticas, éticas, presupuestarias y también ideológicas. Cabría preguntarse, a la hora de reconocer la limitada circulación de LIJ interprovincial y latinoamericana, qué sucede. Pretender revalorizar y poner en un plano de preferencia nuestras literaturas ¿es pertinente? Poner en igualdad de reconocimiento cultural las producciones regionales frente a las internacionales es una definición ideológica.

La literatura opera con ideas, existe por las ideas, y les guste o no a algunos, conlleva ideología, (por eso la odian y queman los tiranos). Propaga las ideas de quien la escribe, las de quien las re-significa al leerla y, como dicen los formalistas rusos, también la de su contexto histórico y social del que da cuentas dejando marcas precisas y legibles a través del tiempo.

Para invisibilizar están los textos que callan las verdaderas felicidades, rostros, desgracias y glorias de nuestros pueblos, de nuestras pérdidas, entre ellas la de la identidad, que nos han impuesto hasta como válido que nuestro idioma, el que se enseña en la escuela bajo a denominación disciplinar “Lengua”, ya no se lo nombra como castellano, o portugués en Brasil, y ni atreverse a redefinirlo como “idioma argentino” o brasileño… Legitimaciones culturales anodinas que actúan como procesos de aculturación… Perder el nombre del idioma es como perder el apellido, la familia, las raíces de nuestras palabras… mmm… Cosas de la semiótica y de la colonización cultural que modeliza subjetividades.

Y también de las ideas que nos imponen…

Acercarnos a la Literatura regional y latinoamericana actual, es poner ideas a disposición de los potenciales lectores. Es dotar ideológicamente al joven lector de recursos para su interpretación y construcción de opiniones, para su autonomía como libre pensador. No fue ingenuo que en casi todas las reformas educativas de los 90 –a tono con propuestas “neoglobalizadas”–, fueron desapareciendo los espacios disciplinares llamados anteriormente “Literatura”, que pasaron a ser incluidos en el área de “Lengua”, y en muchas jurisdicciones a grandes disminuciones en sus horas de enseñanza. Todavía nos debemos esta reparación.

No brindar variada literatura regional y latinoamericana es una elección que conlleva a vaciar de ideas divergentes los repertorios identitarios a legitimar. ¿Cuántos autores y textos conocemos de los países de la Unasur? ¿Y de Centroamérica y el Caribe?

La falta de circulación de estos bienes culturales es elocuente. Editoriales internacionales que escasamente trasladan títulos de sus propios catálogos de un país a otro. Autores y ediciones regionales apenas conectados en sus propios países, impedidos de favorecer la socialización del conocimiento de sus obras.

Es mucho más sencillo conseguir un libro europeo que hallar uno paraguayo, neuquino o de Panamá. La colonización cultural reinante no sólo impone y legitima contenidos y estéticas, sino que básicamente nos limita para reconocernos como un tejido cultural fructífero con una inmensa producción de calidad que ignoramos, porque los catálogos y los cánones circulantes que validan las editoriales comerciales (en su mayoría monopólicas y multinacionales) -y aún muchas de nuestras Universidades Públicas-, permiten visualizar mucho más cercana la obra LIJ de matriz sajona o eurocentrista, antes que la propia.

En 2011, en ocasión de coordinar un libro de 300 reseñas iberoamericanas que editó el Plan Nacional de Lectura de Argentina, consulté a varios directivos de editoriales internacionales de LIJ quienes trataron de acercarme textos de distintas latitudes americanas, no sin antes aclararme, que no estaban dispuestos a circular esos textos de un país a otro. La libertad de leer siempre está sujeta a la propuesta de quien edita y circula, aún cuando hoy la tecnología permite tiradas pequeñas, a costos bajos y a demanda. Y es que el “divide y reinarás” está arraigado…

Es preciso avanzar en el proceso de legitimación de la maravillosa producción de la Literatura Infantil y Juvenil de nuestras regiones y países latinoamericanos. A la cultura argentina le vendría muy bien un baño de literatura donde negros y originarios tengan más presencia literaria, donde los buenos son los desposeídos, los marginados, donde imágenes, ilustraciones y estéticas develen huellas y luchas americanistas tantas veces devaluadas por algunos circuitos de legitimación simbólica. Navegar, por fin, por nuestros verdaderos afluentes culturales. Porque:

“Importan dos maneras de concebir el mundo.

Una, salvarse solo,

arrojar ciegamente a los demás de la balsa

y la otra,

un destino de salvarse con todos,

comprometer la vida hasta el último náufrago…”

ArmandoTejada Gómez

Profeta en su tierra. (1986)

Editorial Sílaba, Buenos Aires.


Por Graciela Bialet

Fotos: Irina Morán

 

Gaciela Bialet

foto-nota-bialet1Escritora, docente, especialista en LIJ y lectura, nacida y residente en Córdoba, Argentina. Es Profesora de Enseñanza Primaria, Comunicadora Social, Licenciada en Educación y Magister en Promoción de la Lectura y la literatura infantil. Integra el Comité Académico de la Maestría en Literatura para Niños, dependiente de la Escuela de Posgrado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario.

Con el objeto de instalar en la agenda educativa la reflexión y reposicionamiento de la lectura en las escuelas, creó y coordinó entre 1993 / 2007 el programa Volver a Leer del Ministerio de Educación de Córdoba, que fuera distinguido por la OEI y recibiera el Premio Pregonero institucional en 2007. Desde 2008 se desempeñó como coordinadora de la Región 1 y las publicaciones pedagógicas del Plan Nacional de Lectura de Argentina. Ha sido conferencista en congresos en nacionales e internacionales y publicado artículos en revistas especializadas de España, México, Argentina, Chile, USA, Cuba sobre temas de lectura, formación de lectores y literatura infantil-juvenil.

Durante veinte años ha participado de manera sistemática en la Feria del Libro de Córdoba. Como escritora ha abordado géneros de la Literatura Infanto juvenil, la novela, el ensayo y textos pedagógicos para niños y para docentes a través de la elaboración de diseños y desarrollos curriculares de Literatura para Nivel Inicial y terciarios, a nivel provincial y nacional. Posee más de 25 obras publicadas. Ha recibido 16 distinciones: cinco en reconocimiento a su producción pedagógica y once a su obra literaria, entre ellas de Fundalectura y Amnistía Internacional. Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés y al italiano y son textos de lectura y análisis en universidades de Argentina, Brasil y Canadá.

Sus libros más difundidos son, para niños: De boca en boca (AZ ed.), Caracoleando (Edebé), Hada desencantada busca príncipe encantador (Brujita de papel), Gigante (RHM), Epaminondas ¡qué chico más abriboca! (Brujita de papel), Alacrana para armar (Macma ), Un cuento GRRR (Norma), El que nada no se ahoga (Comunicarte), Metamorfosis (Pearson); y las novelas para jóvenes: Los sapos de la memoria (CB ediciones/Conaculta), Si tu signo no es Cáncer (Grupo Editorial Norma- que figura entre los favoritos IBBY México, 2008), El jamón del sánguche (Grupo Editorial Norma); Un tal Bialet (Raíz de Dos, 2014).

 

 

3 comentarios

  1. Muy interesantes los conceptos de Graciela Bialet , ya que nos hacen pensar en el papel que jugamos, los educadores , padres , promotores de lectura con respecto a la toma de decisiones en cuanto a selección de textos. Por otra parte, Graciela es una narradora oral magnífica , ( tuve oportunidad de verla y escucharla, allá lejos y hace tiempo) y sus obras para jóvenes son aceptadas con gusto por los alumnos .

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